En una mesa de mantel blanco, rodeados de flores, se sientan ocho personajes mirando al espectador. Entre ellos, encontramos nombres tan reconocibles como Carmen Machi, José Sacristán, Emma Suárez, Gonzalo de Castro o Mercedes Sampietro. Todos serios, expectantes. Es el cartel del primer largometraje de Miguel del Arco: Las furias. Película coral sobre una familia donde la comunicación brilla por su ausencia. Un malentendido los reúne a todos en la casa de veraneo y allí, padres e hijos, hermanos y cuñados, compartirán un fin de semana de secretos, mentiras, engaños y peleas.
En las entrañas del Teatro Pavón (o Teatro Kamikaze) nos recibe Miguel del Arco. Actor, guionista, dramaturgo, creador… El madrileño es un nombre propio de las artes escénicas capitalinas: reconocido por obras propias –Deseo (2014)- y adaptaciones como De ratones y hombres (2012), polémico con su incursión en la zarzuela en Cómo está Madriz (2016) y premiado por su dirección teatral en varias ocasiones. Pero no estamos aquí por eso.
Hoy es un día importante para Miguel del Arco. Presenta en su teatro (es copropietario y director artístico del Pavón) su primera película. Con un fuerte regusto teatral y una calidad escénica y estética eminentes, Las furias es un filme ambicioso que funciona como carta de presentación de Del Arco a la gran pantalla, donde ya había hecho sus pinitos como cortometrajista antes de fundar Kamikaze Producciones junto a Aitor Tejada.
¿Por qué Las Furias?
El título es una referencia a la narración mitológica. Mito significa narración y los griegos, que son la base de la cultura occidental, hicieron pequeñas historias para explicar arrebatos que eran incomprensibles. Yo creo que, al final, es esa parte emocional la que te enseña, a través de una historia, algo que puedas relacionar con lo que te suceda a ti. Siempre es mucho más clarificador que buscar una definición teórica o psicológica de lo que es un arrebato en un momento dado, o un brote psicótico. Si te cuento la historia de las Furias – Alecto, Megera y Tisífone- que, cuando son Erinias, actúan contra quien haga algo en contra de la familia y se dedican a machacarlo hasta que se produce un acto de contención o perdón y se convierten en Euménides, entiendes que, al final, es la conciencia del ser humano.
Es tu primera película, pero tienes un largo recorrido en las artes escénicas. ¿Ha habido un cambio en el proceso de trabajo del teatro al cine?
Se modifica la parte técnica de lo que tienes que desarrollar. Esa parte en la que has de imaginar todo lo que está sucediendo. Además, hay un intermediario que es la cámara, en la que tienes que pensar. Debes planificar, interiorizar absolutamente todo, más en una primera película. Naturalmente, lo traíamos todo preparado porque es un filme complicado de rodar y era necesario improvisar para ir un poco más sueltos. O tienes eso muy interiorizado, o la cagas de una forma absolutamente brutal. De todas formas, ahí también cuenta la complicidad con Raquel Fernández, mi directora de fotografía, y con todo el equipo en general. Sabíamos que teníamos una película muy arriesgada y muy complicada.
¿Te documentaste con alguna otra producción cinematográfica?
He revisado por causas puramente formales, por tener que rodar planos con nueve o diez actores protagonistas, muchísimas películas de celebraciones, de esas de familias grandes: Un cuento de Navidad [Arnaud Desplechin, 2008], La joya de la familia [Thomas Bezucha, 2005], A casa por vacaciones de Jodie Foster [1995], Agosto [John Wells, 2013]… Fundamentalmente por la cámara, porque en teatro eso lo muevo con cierta facilidad, tengo mucha experiencia en ello, pero planificar para diez actores con acción dramática es complicado.
Eres, además de director de cine y teatro, creador de obras como Juicio a una zorra (2011) o Deseo (2013), en Las Furias firmas también el guion… ¿cómo es el proceso de creación?
Depende de la historia. La historia me manda. Las Furias apareció después de que los padres de una amiga mía se divorciaran con casi 80 años, y de ese divorcio apliqué una fórmula que es ir entrevistando a mis personajes. Empecé con el personaje de Marga, el de Mercedes Sampietro. Y, a partir de las entrevistas, hacía recordar a un personaje. Me hacía recordar a mí -porque no es un personaje real-, pero te pones en la piel de una mujer de sesenta y tantos años y empiezas a recordar cuál ha sido tu historia, tu transito vital y, a partir de ahí, vas haciendo un relato y van apareciendo otros personajes; por lo que enseguida fui componiendo un árbol genealógico. Y a partir de muchos, muchos folios escritos de familia y entrevistas empezó a surgir la película.
¿Y por qué elegir la familia como hilo conductor? Tratada, además, desde un punto de vista tan esperanzador.
Hombre, yo soy un tipo con esperanza. Y se lo expliqué a mi padre y a mi madre: “Oye, a ver si vais a pensar… no, no, ¡no!”. Que en todas las familias cuecen habas, está claro. En mi familia somos siete hermanos y ha habido momentos de furia. Que en un momento uno se volvió loco y entonces empezó con las drogas y luego, ¡ah, escándalo!, eso en todas las familias. Siempre ocurrirá algo, pero tengo esperanza en la condición del ser humano. Soy un tipo optimista en ese sentido, porque, al final, la familia es el microcosmos que nos dispara para aprender a vivir en un macrocosmos que está compuesto de muchas familias.

Me acuerdo de que al final al terminar la secuencia, una persona le dijo a un amigo que, lo que pasa en Las Furias, es exactamente lo que sucede en España. Y mira, sí: la incapacidad de pactar, la incapacidad de ejecutar y hablar; el querer reafirmarse frente al otro, aniquilando su voz sin querer ni siquiera escuchar.
¿Y cambia el trabajo con los actores del teatro al cine?
No, lo que es el trabajo del actor no. Primero, por lo que es trabajar con este elenco, que es una fuente de seguridad. Además, salvo con Pepe [Arquillé] y con Mercedes [Sampietro], con todos los demás había estado en el teatro y había una complicidad establecida. Y, bueno, con Mercé y con Pepe pude trabajar porque tienen esa cualidad de los grandes realmente grandes, que es que hacen fácil todo. Lo que hacen en Las furias parece sencillo. Y hacen fácil el trato en general, son de una generosidad brutal, y son dos personas muy de teatro también, con lo cual la complicidad estaba absolutamente creada desde el inicio.
Esa complicidad se nota en Las Furias.
Sí, es que, si no, no sé trabajar. Yo solamente recuerdo que decía: «Hostia, ojalá tenga el talento, solamente, para haber puesto la cámara lo suficientemente bien como para que haya cogido lo que acaban de hacer», porque era emocionante ya en los ensayos. Además, la mayoría de ellos han sido muy cómplices conmigo desde la primera vez que escribí. Las 18 primeras páginas que escribí con Julia, una de las personas a las que le mandé esas hojas fue a Carmen Machi. Esa complicidad ha crecido y los personajes han crecido con ellos. Creando somos unos privilegiados porque tenemos una profesión que es nuestra vida, digamos que se confunde. Nos encanta y nos fascina. Yo, ahora mismo, con este proyecto del teatro me paso aquí 15 horas, pero me podría pasar 24 y no tendría ningún problema. No quiero salir de aquí, ¡soy feliz!
¿También duermes aquí?
No, porque tengo mi casa muy cerquita [sonríe] y me da tiempo a ir. Además, me viene muy bien porque voy y vuelvo pensando en cosas que tengo que hacer. Pero, realmente, estar rodeado haciendo una cosa que te fascina, rodeado de gente a la que admiras y quieres, es que no hay mejor forma para hacer las cosas.
Casi como si no fuese un trabajo.
No. Un idiota me dijo: “A ver si te vas a olvidar de vivir”. ¿Qué? ¿Cuando entro por el teatro entro en apnea? ¿No vivo? Aquí la vida es infinitamente más intensa.O sea, un día como hoy, que voy a presentar mi película en mi teatro. Esto me lo dices hace cuatro meses, no más, y me hubiera revolcado de la risa diciendo: «Tú estás loco, sí, ¡ojalá!». ¡Si es un sueño! Y yo soy ambicioso con los sueños, no me digo «No, eso es imposible». En principio, no creo que nada sea imposible, pienso que ya veremos. Pero no lo hubiera asumido como algo real.
¿Es un sueño hecho realidad?
Sí, que huele mucho a sudor. Eso es otra cosa que me gusta mucho, que los sueños huelan a sudor. En estos ambientes es una constante para hacer esto posible, es decir, estamos aquí, pero esto hay que defenderlo con guantes a hostia limpia.
Sorprende que con toda tu trayectoria digas que parece un sueño montar Las Furias.
Es que hacer una película en España es un milagro. Pero un milagro para cualquiera. Yo me acuerdo mucho de Enrique Urbizu. Hizo una película como No habrá paz para los malvados (2011) que se llevó taquilla, Goyas… y Enrique no ha vuelto a trabajar desde entonces. Y me consta que no es porque no haya querido. Levantar proyectos en España cuesta, y cuando oigo a los políticos hablar sobre el IVA y sobre las estructuras culturales, no se habla de una industria que mueve dinero, gente… Otra, además, es la parte de identidad de país. ¿Qué país quieres construir y de qué país estamos hablando? ¿Qué es lo que te define como país, que tengas un plan Pive o que, de repente, tengas dramaturgos, actores, directores, teatro, gente que cuente tu vida? Conocemos la cultura americana, ¿por qué? Porque nos inundan con su cine, fundamentalmente. Estamos más acostumbrados a San Francisco y a Nueva York que a algunas ciudades de España. Eso es una reflexión que cada uno debería hacer.
¿Cree que la cultura está infravalorada?
No, no está infravalorada, directamente no está en las agendas. No se la tiene en cuenta. El otro día hablábamos con un pueblo y me decían que querían empezar a hacer teatro, pero, claro, la gente no iba. ¿Qué es primero? ¿cómo hay que educar? Es decir, primero tú tienes la obligación como clase política -que además estás manejando presupuestos oficiales de los impuestos que pagamos todos- de que eso revierta sobre el ciudadano. Y, para que revierta, los políticos han de intentar hacer lo mejor para que las personas sean más formadas, más libres, con más criterio. Y todo eso viene de la mano de la cultura. La cultura y la educación. Dos cosas que sufren un desprecio absoluto por parte de nuestra política.

En 40 años han sido incapaces de ponerse de acuerdo para hacer una ley de educación. Eso es un crimen, directamente. Como clase política habéis fracasado estrepitosamente. Tal vez habéis salido de la crisis, hemos avanzado como país, pero no habéis sido capaces de crear una ley de educación de una manera consensuada para que este país sepa hacia dónde tiene que caminar. Como consensuar de una manera en la que la educación no sea un arma arrojadiza. Haber firmado una ley de educación en contra de todos los agentes participantes de la educación es una salvajada. Una cosa como el 21% de IVA es un crimen que no sucede en ningún otro país del mundo. Del mundo. ¿Qué ejemplo hay? Ni Portugal que está aquí al lado, y que tiene una crisis tan grande como la nuestra. Ellos tienen el 13% de IVA, nosotros el 21.
Veo que no está a favor de las políticas culturales de los últimos años.
Un proyecto como el Pavón, por ejemplo, tendrá que cerrar si seguimos con el 21%. Porque yo no voy a estar siempre pagando. Es decir, no paramos de pagar impuestos y resulta que nosotros, yo Miguel del Arco -que en un momento dado puedes decir «reconocido» de la profesión-, no tenemos un sueldo. Yo intento vivir de otras cosas que me han ido produciendo, y porque soy muy hormiguita e intento mantener una parcela de libertad. Pero la libertad me cuesta malvivir. Y sí, sigo malviviendo. O sea, no tengo problemas, no tengo que llorar, pero no tengo un sueldo. Es decir, el Pavón, el Teatro Kamikaze, ahora mismo no me puede pagar ni a mí ni a mis cuatro socios. Pagamos religiosamente a acomodadores, técnicos, a gente de prensa, todo el mundo cobra porque nosotros defendemos la dignidad de la profesión. Pero nosotros: imposible. Y pronto será inviable no sólo que cobremos, sino que yo siga produciendo y siga invirtiendo dinero en una producción. No recuperamos y si lo hacemos, el 21% se lo llevan en impuestos. Llegará un momento en el que se agote y lo van a padecer ellos también porque dejaré de pagar ingresos por impuestos, no seguirán cobrando de mí. ¡Chicos, sed listos! Bajad esto, permitidme vivir y haced una ley que sea para emprendedores. Este es el país que tenemos, el grado de falta de sentido común; fundamentalmente, una falta de sentido común atroz.

Fotografías: María Sofía Mur.
Agradecimientos a Yolanda Ferrer, de Wanda Vision.
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