Oleg y las raras artes
Arte y esquizofrenia aguda El museo del Prado celebró este verano el V centenario de la muerte de El Bosco. La pieza central de la exposición era El jardín de las […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Arte y esquizofrenia aguda El museo del Prado celebró este verano el V centenario de la muerte de El Bosco. La pieza central de la exposición era El jardín de las […]
El museo del Prado celebró este verano el V centenario de la muerte de El Bosco. La pieza central de la exposición era El jardín de las delicias y, a raíz de ella, se creó una videoinstalación llamada Jardín Infinito. La obra del artista Álvaro Perdices y el cineasta Andrés Sanz diseccionaba las partes del tríptico y las proyectaba de forma tridimensional en paredes y techos de forma que el espectador caminaba por la sala y se sumergía en la obra del maestro holandés.
Oleg y las raras artes recuerda a ese audiovisual. El chileno Andrés Duque (Iván Z, Corre perro que huye) también disecciona al estrambótico compositor ruso Oleg Kavaychuck (1927-2016), ensimismando al espectador en un documental que mezcla arte y esquizofrenia aguda. El Bosco y Kravaychuck comparten la locura de los genios. El mundo imaginario que uno plasmó en un lienzo, el otro lo trasladó al piano. Niño prodigio y protegido de Stalin, el músico vivió la censura de su obra durante cuarenta años, quedando relegado a componer para el cine. Allí fue donde su camino se cruzó (sin él saberlo) con el del director. Duque lo descubrió en la banda sonora de Dolgie provody (1971, Kira Muratova). El cineasta se obsesionó con él y consiguió grabar a Kravaychuck brevemente (apenas ocho semanas de rodaje) y bajo las condiciones del compositor.
Viendo Oleg y las raras artes se entiende la obsesión del uno por el otro. El documental comienza con un ser frágil, casi afeminado, con una inmensa mata de pelo cobrizo (peluca seguramente) sobresaliendo de una boina roja ladeada. El hombre se acerca a la cámara a través de un pasillo con decoración recargada que recuerda a la Rusia Imperial. De repente abre la boca y surge de ella una voz aguda y chillona, con un tono anciano y cansado que rememora cada uno de los más de ochenta años del compositor. Y ahí acaba toda coherencia de este filme.
Oleg Kravaychuck se gana a pulso con cada palabra y gesto que le dedica a la cámara su fama de estrafalario. Lo que dice no tiene lógica (y nada tiene que ver que hable en ruso), desvaría gran parte del discurso y, de repente, vuelve a estar lúcido. Y así una y otra vez. Increpa al espectador y luego cuenta la historia de Rusia -antigua y actual- y explica en el que se encuentra: el museo Hermitage de San Petesburgo, donde está el piano del Zar Nicolás II. Él, personajillo débil y a la vez fuerte al que a penas se le ven los ojos bajo esa mata de pelo y esa cara arrugada, es el único artista en todo el mundo que puede tocarlo.
Escena tras escena, la obsesión de Duque se hace más patente, así como su exasperación ante un divo con ínfulas de divinidad. Las imágenes del filme son tan plásticas como los cuadros del museo, y algunas tan lentas que parecen lienzos. Minuto a minuto, Kravaychuck se interna en un monólogo infinito, a ratos hablándole a la cámara, a ratos al cineasta convertido en retratista, y a veces hablándole al éter, a sí mismo o a los zares que idolatra. Le habla a la música con la que se pelea aporreando el piano con sus enormes y artríticas manos. El compositor toca con toda la rabia del mundo inmerso en la oscuridad de una escena escasamente iluminada. Una imagen bella que contrasta con la dureza de la pieza y sus manos, casi zarpas, que aporrean el piano creando una música que sólo puede ser suya.
Una tras otra, las escenas se solapan, sin ningún sentido biográfico. Son retazos de la mente de ese genio maldito que está más en el mundo de las tinieblas que en el propio. A ratos vuelve a la realidad y explica su opinión sobre la Iglesia o Stalin. Dialoga con la cámara sobre los acordes o de cómo influye la tela de una camisa en los humores del hombre. Oleg y las raras artes emerge al espectador en una bella esquizofrenia, donde los desvaríos de un anciano Karavaychuk son ora fuente infinita de sabiduría, ora palabras sin sentido de un yayo perdido en los pasadizos de su propia excentricidad. Todo lo recompone Duque en una obra que sólo puede ser señalada como magnífica.
OLEG Y LAS RARAS ARTES
Dirección: Andrés Duque
Intérpretes: Oleg Karavaychuk
Género: Documental, España, 2016
Duración: 70 minutos