Afrontamos esta última jornada en San Sebastián, antes del anuncio de los premios en la gala de esta noche, con un espíritu explorador. Son ya nueve días en esta fantástica ciudad, en los que hemos podido ver films de toda clase y condición. Algunos sonarán en los próximos meses, y otros se perderán en el olvido tan rápidamente como han llegado a este festival. Sea como sea, las más de 30 películas que han pasado por nuestros ojos han dejado grandes momentos y sensaciones que, un año más, se quedan en las memorias de San Sebastián. 

En la octava jornada, vimos la última candidata a la Concha de Oro, la japonesa Rage, que plantea un juego de lo más tramposo al espectador, así como una de las películas más esperadas y que será, sin lugar a dudas, una de las películas del año: Arrival, el relato sci-fi de Dennis Villeneuve que ha emocionado a buena parte de la prensa en su primera proyección. Por último, hablamos de L’Odyssée, que clausurará esta noche el festival en la gala, y que recrea la vida del aventurero Jacques Cousteau.

Quizás sea por este último que hoy nos sentimos exploradores. Quizás por tener el privilegio de estar diez días descubriendo películas que aún nadie había visto, navegando entre una extensa programación en la que dejas cosas por el camino y disfrutando, como un niño, de las maravillas que pueden aparecer al sentarte en la butaca de la sala de cine. Ser crítico significa, al fin de cuentas, tener el poder de explorar lo inexplorado. 

La más tramposa: Rage

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Ver Rage es como jugar al cluedo: hay un misterioso asesinato y diversos sospechosos sobre el tablero. Aun así, esto no es un thriller en el que los agentes de policía siguen las pistas para llegar hasta la verdad de lo sucedido, sino que es el espectador el que vive este proceso, el que observa los hechos y busca una respuesta entre las mil y una trampas que el cineasta japonés Lee Sang-il ha dejado por el camino. 

La última película que hemos podido ver de Sección Oficial sorprende por su forma, por su planteamiento estructural. En él se construyen tres historias paralelas, pero independientes, en las que habitan tres posibles sospechosos del crimen expuesto al inicio. En cada una de estas tres líneas argumentales hay un chico que se parece sospechosamente al retrato robot publicado por la policía japonesa, por lo que el desconcierto del espectador es mayúsculo hasta la resolución final. Lee Sang-il no deja brechas en su entramado, para que esa trampa que ha tejido con audacia explote únicamente cuando ha de hacerlo. Lo mejor de todo es no saber que esta estructura es tal como aquí se está relatando, sino que es algo que se adivina con las imágenes de forma intuitiva. En este sentido, la claridad expositiva (sin llegar a las obviedades) merece un reconocimiento.

Pero no todo es el placer lúdico del relato, ni su afán de plantear retos al público, sino que el cineasta esconde bajo la alfombra un tema central que rige toda la película: la desconfianza. Al haber tres sospechosos, los respectivos entornos de estos comenzarán a dudar de sus verdaderas personalidades, de sus orígenes e incluso de sus palabras y explicaciones sobre el asunto. Aunque al japonés se le va la mano con el drama en muchas ocasiones, el mensaje que transmite es potente: cuando llega la duda, ¿resistirá la confianza? 

Puro sci-fi: Arrival

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Es difícil describir una película como Arrival. El film está basado en un relato de ciencia ficción escrito por Ted Chiang, Story of Your Life (1998), en el que una experta lingüista ha de descubrir la forma de comunicarse con unos extraterrestres llegados a la tierra en 12 cápsulas repartidas por todo el planeta. De este modo, el siempre intrigante Dennis Villeneuve (Enemy, Prisioneros, Sicario) construye un castillo de naipes, por momentos confuso, que cobra sentido de una forma casi mágica en su tramo final.

Arrival habla de la comunicación, entre conocidos y desconocidos, pero sobre todo habla del tiempo y la vida. Como explican en uno de los momentos del film, al adoptar un lenguaje y aprenderlo en profundidad, la mente de la persona puede cambiar, porque según ciertas teorías el lenguaje es capaz de modelar nuestro cerebro. Al aprender el lenguaje de los aliens, llamados «heptópodos» por ser una especie de pulpos de siete patas (tinta incluida), la protagonista desarrolla otra de sus habilidades innatas: la de concebir el tiempo de manera no lineal. Es decir, vivir sabiendo todo lo que pasará. Con este simple hecho, el cineasta nos plantea una pregunta crucial: sabiendo las desgracias que ocurrirán, pero también las alegrías, ¿querrías volver a vivirlo todo de la misma forma? Jeremy Renner, que interpreta a su compañero en la investigación, contesta de una forma banal, con la típica frase de ‘expresaría más veces mis sentimientos en voz alta’. Ella, sin embargo, para quien esa premisa no es un supuesto sino una realidad, permanece en silencio.

Villeneuve bebe de las intensas imágenes de 2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968), con esa música sugerente (en este caso, de Max Richter) y un objeto muy parecido al monolito flotando en el paisaje, pero se corona como promesa del cine contemporáneo alejándose de otras propuestas sci-fi recientes como la notable Interstellar (Christopher Nolan, 2014) y la sobrevalorada Gravity (Alfonso Cuarón, 2013). Con la primera compite en complejidad, pero rebaja el nivel de dramatismo, y con la segunda no hay ni por qué comparar: Arrival es una película de verdad. Qué gusto da ver en 2016 un relato de ciencia ficción con tanta clase, elegancia, complejidad y talento, en un cóctel de imágenes sugerentes y reflexiones existencialistas (pero no abusivas) que ha deslumbrado en San Sebastián. Una obra maestra, qué más hay que decir.

Y llegó el biopicL’Odyssée

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Casi veinte años después de su muerte, Jacques Cousteau ha vuelto a la vida de la mano del cineasta Jérôme Salle. L’Odyssée, película de clausura de esta edición del festival, es un biopic clásico que recupera la vida del hombre que descubrió al mundo las maravillas que se encontraban bajo la superficie del mar. 

El film se centra en la relación de Cousteau (Lambert Wilson) con uno de sus hijos, Philippe (Pierre Niney), y de cómo este fue quien le hizo ver lo necesaria que era una figura pública que defendiese abiertamente la conservación del medio ambiente. Fue así como, tras años de vender películas a las cadenas de televisión americanas más importantes y buscar el éxito con sus descubrimientos, el explorador se convirtió en uno de los mayores denunciantes de las prácticas contaminantes y violentas que se llevaban a cabo en entornos marinos (residuos, caza indiscriminada, etc.). La película no esconde en ningún momento que su objetivo final es despertar conciencias sobre el tema a través del ejemplo de «reinserción» de Cousteau, algo que se ve de forma clara en su último mensaje sobre la pantalla: «La lucha que empezó Cousteau aún continúa» (o algo parecido). Pese a lo necesario de un mensaje así, y lo que cada uno pueda comulgar con estas ideas, cinematográficamente hablando es un recurso mediocre y poco sutil. 

L’Odyssée es un biopic al uso, de corte clásico e interpretaciones correctas. Convence, pero no entusiasma, algo parecido a los sentimientos que produjo La doctora de Brest (Emmanuelle Bercot, 2016), película inaugural del festival. Ambas sin riesgos ni estridencias, pero con una historia interesante, han podido ver nacer y morir la 64 edición del Festival de San Sebastián.

 

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