El lunes fue un día para las mujeres. De hecho, mucho se está comentando en San Sebastián el papel que están teniendo en las últimas películas que se han podido ver, ya que el azar ha querido que coincidan en el tiempo una serie de personajes femeninos que son acosados, maltratados e incluso violados. Se habla, en este sentido, de qué imagen estamos exportando de las mujeres, y si de verdad es necesario seguir reproduciendo esta violencia hacia ellas, aunque sea cómodo para el argumento.

Debates aparte, lo cierto es que en el primer día de la semana, para empezar con fuerza, han aparecido una serie de mujeres que destacan por su coraje y empoderamiento. Aunque algunas de ellas sufren lo que comentábamos antes, sus acciones son individuales y personales y no dependen de nada ni de nadie. Rompen esquemas y estereotipos, se permiten ser imperfectas, y eso las convierte en auténticas guerreras. 

La culminación de este modelo de mujer se producirá mañana con la llegada Sigourney Weaver, premio Donostia de este año, y que presenta la nueva película de J.A. Bayona, Un monstruo viene a verme. De todo ello hablaremos en nuestra quinta crónica del festival, pero hoy nos quedamos con lo nuevo de Verhoeven y Vigalondo, y dos firmes candidatas a la Concha de Oro: Lady Macbeth y Playground

La más controvertida: Elle

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La segunda parte de este recital interpretativo que Isabelle Huppert ha dejado en San Sebastián, y en toda Europa antes que aquí, culmina con Elle, que es además la más reciente película de uno de los grandes nombres del cine: Paul Verhoeven. Habitualmente incomprendido, pero siempre admirado, este cineasta recoge la mejor tradición de Brian de Palma y lo plasma en un film con tanta fuerza e impacto que una no puede más que respirar hondo y volver a pensar en ella por vigésima tercera vez. 

En la primera escena del film, Michelle (Huppert) es violada por un hombre que esconde su cara tras un pasamontañas. Tranquilos, no es un spoiler, es la sinopsis. De hecho, esa escena es sobre la que se construye todo un relato de aceptación y reflexión, que la protagonista sobrelleva con frialdad y cordura. Aunque muchos se han mostrado alarmados con ello, no es que la protagonista vea normal el hecho de ser violada. Mantiene la calma, pero las consecuencias son evidentes en su día a día. Lo que hay que tener en cuenta para entender las decisiones que toma Michelle en Elle es, sin duda, su infancia: cuando tenía diez años, su padre asesinó a decenas de niños en su barrio, un hecho en el que ella se vio manchada e incluso fue acusada de colaborar en la matanza. Partiendo de este hecho ocurrido al menos 40 años antes de los acontecimientos presentes, a nadie le debería extrañar que ella se haya convertido en una mujer fuerte, independiente, empoderada y con una coraza impenetrable. Esto podría explicar muchas de sus acciones a priori desconcertantes. Además, esa relación tan directa con la violencia, la muerte y la demencia cuando tan sólo era una niña la han podido llevar a desarrollar unos mecanismos sexuales diferentes a los comunes, creando una serie de parafilias que se manifestarán a lo largo del film. 

Entendido el perfil de su protagonista, toca hablar de la película en sí. Y es que Verhoeven saca lo mejor de sí mismo para rodar con infinito detalle, intensidad y elegancia la odisea de Huppert entre sus propias pesadillas y anhelos. Hay lugar para la risa, la estupefacción y el suspense, con una combinación de música, movimiento y belleza visual que recuerda a los mejores momentos de Vestida para matar (1980) o Doble cuerpo (1984), en esa evidente influencia del cine de De Palma. El director de films memorables como Showgirls (1995) o Instinto básico (1992) se marca en Elle una auténtica proeza y eleva a Huppert a lo más alto de las interpretaciones femeninas en este festival.

Como pueden comprobar, es imposible escribir sobre esta película sin acabar hablando más de la cuenta. Así que sigamos pensando en ella, porque es de esas joyas cinematográficas que, con el tiempo, se harán inmortales. 

La ‘girl power’ pasada de vueltas: Lady Macbeth

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Decir que algo es shakespeariano es como decir «cuidado, esto acabará en tragedia». Posiblemente habrá amor o tormentosas relaciones familiares, habrán muertes y asesinatos y, sin duda, habrán giros inesperados. En este sentido, y no solamente por su título, es obvio que Lady Macbeth es un auténtico relato shakespeariano, que además recoge la tradición gótica de las hermanas Bronte (de Emily, Cumbres Borrascosas, y Charlotte, Jane Eyre) y la convierte en una moderna historia romántica con toques de ‘girl power’ en pleno siglo XIX. 

Basada en la novela Lady Macbeth de Mtsensk de Nikolái Leskov, la película cuenta la historia de Katherine, una mujer que es vendida como ganado a un hombre que se convertirá en su marido. El desinterés y ausencias de este no desanimarán a la protagonista, cuyo carácter vivaz y sorprendemente espabilado para la época en la que se enmarca encontrará diferentes maneras de tener ocupado su tiempo. Es precisamente este paso a la acción del personaje femenino lo que más destaca en Lady Macbeth, pues es usual en este tipo de dramas victorianos que la mujer sea más recatada, más moralista y, aunque soñadora e inteligente, mucho menos lanzada que la que interpreta de forma magistral la joven Florence Pugh. Su demencia y su pasión son un soplo de aire fresco en un género que parecía algo encasillado (¡aunque no por eso devaluado!).

El cineasta británico William Oldroyd busca la simetría en los encuadres. Busca el color azul intenso del vestido de la protagonista en una sala llena de tonos grises y marrones, y las miradas incendiarias de un alma enjaulada. Su puesta en escena, detallista pero rotunda, y su fotografía son formidables, y las acompaña una narrativa y un ritmo acorde con el desarrollo de los acontecimientos. Además, su relación con el mundo operístico, no sólo por la tragedia típica de las óperas, sino también por contar con una versión musical de Shostakóvich del relato de Leskov, enriquece muchísimo su existencia. No hay mucho que se le pueda reprochar: como adaptación es fantástica, y como azote del patriarcado pasado y presente, más aún. 

La más incómoda: Playground

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¿Cuánto debe durar un plano? ¿Dónde está la frontera entre un plano demasiado largo y un plano artísticamente prolongado? Estas cuestiones se le vienen a una a la cabeza en la secuencia final de Playground: un plano estático e ininterrumpido que genera verdadera incomodidad. No es sólo por su duración, claro, sino por su despiadado contenido, pero el hecho de que el director decida dejarnos en ese cruel momento durante cerca de quince minutos ha provocado más de un abandono en mitad de la sesión. 

Este film quizás sea, junto a Nocturama, el más atrevido y radical de la Sección Oficial. En él, una niña confesará sus sentimientos a un chico de clase que le gusta desde hace un tiempo, y será ridiculizada por éste y su amigo, una pareja de desalmados niños que no se limitan a pinchar a las moscas con alfileres. Tres personajes cuyas vidas se explican al principio a modo de introducción, para luego entrar de lleno en las relaciones entre ellos y con su entorno. A través de un guion repleto de dardos envenenados hacia la sociedad de hoy y su gestión de la educación infantil, el film nos recuerda que los niños son niños, y que la sociedad del consumo quizás los esté haciendo crecer demasiado rápido. Y no sólo eso: les está inculcando, desde hace tiempo, la cultura del odio y la violencia, convirtiéndolos en germen de futuros conflictos, colectivos o individuales.

Pese a su título, la película polaca del festival ha resultado ser la menos inocente de todas. Sus interesantes líneas de pensamiento le dan valor, aunque parece haberse quedado corta con sus intenciones. En su escasa hora y media, no hay un desarrollo suficiente ni un impacto conceptual tan grande como para hacer llegar su mensaje de una forma más nítida. En cualquier caso, una pequeña alegría de la jornada del lunes. 

La frikada del festival: Colossal

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Si juntas una especie de drama romántico y relato existencial con kaijus gigantes y destrucciones bíblicas en Seúl, y añades además una buena ración de fuerza feminista y justicia divina contra todos los tipos de abusones, probablemente obtendrás algo muy cercano a Colossal. Lo nuevo de Nacho Vigalondo parece haberse escapado de una sesión del Festival de Sitges, más cercano a este género del fantástico y la ciencia ficción, y además muy abierto al disfrute de películas tan juguetonas, cachondas y ‘freaks’ como esta.

Anne Hathaway interpreta a una mujer «descontrolada», como diría su novio. Es este, precisamente, el que se cansa de aguantar sus olvidos, fiestas y borracheras, de estar viviendo más de un año con una persona que no trabaja ni tiene expectativas futuras, y la echa de su apartamento. En plena depresión existencial, Gloria (Hathaway) volverá a su pueblo para rehacer un poco su vida. ¿Quién iba a pensar que allí, durmiendo en su antigua casa ahora vacía y trabajando en el bar de un antiguo compañero de clase, encontraría el empoderamiento y la confianza en sí misma que siempre ha estado buscando? Explicado así, quizás parezca un drama sensiblero y de autodescubrimiento escrito por Nicholas Sparks, pero os recuerdo que estamos hablando de Vigalondo y que Colossal no es un título puesto a la ligera. En el momento en el que pisa su ciudad natal, un monstruo gigante aparecerá en la capital de Corea del Sur. La relación entre estos dos eventos, quedan en el misterio de una película que, como apuntaba antes, funcionará mejor el próximo mes de octubre en suelo catalán. 

Con todo, lo más destacable a nivel argumental de la película son las lecturas de género que se pueden realizar. No sólo por el hecho de que sea una mujer la que está hecha un desastre por culpa del alcohol y la inconsciencia (es algo que ya hemos visto de Amy Schumer en Y de repente tú, por ejemplo), sino porque el desarrollo del film nos llevará a una batalla que se antoja vengativa y cuyo adversario representa algunos tipos de personas que, especialmente las mujeres, no pueden soportar: ‘nice guys’ con intenciones ocultas, abusones, violentos, aprovechados… Todos ellos son machacados en esta película de proporciones considerables, que se queda en una curiosidad más para anotar a la lista del cineasta español. 

 

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