Un cuento de hadas moderno


En una de las escenas de Bang Gang (Eva Husson, 2015), una profesora de literatura da clase a un grupo de adolescentes en plena efervescencia sexual. Lo curioso de la escena es el libro que la maestra presenta a análisis: Don Quijote, la obra magna de Cervantes, y que cuenta la historia de un hombre que, habiendo leído demasiados libros de caballería, vive atormentado por las alucinaciones que éstos le han provocado. Ahora se cree él mismo caballero, y todos los elementos de su entorno bailan al son de su locura. Es decir, vive en una constante desconexión de la realidad.

En un festival que tiene Europa como su eje central, que ha programado con inteligencia documentales y ficciones que hablan de una crisis de valores en el continente y sus muchos problemas fronterizos y políticos, la sección Generación nos muestra, principalmente, una juventud que vive intencionadamente fuera de este debate. “El comportamiento de los nuevos europeos”, especifica el subtítulo de la sección en la página del Atlántida Film Fest 2016. Lo cierto es que las doce películas que integran este apartado convergen en muchos aspectos que siguen esa línea de representación de la juventud, pero se pueden diferenciar tres tendencias principales: las nuevas vías amorosas-sexuales en las que brilla la abstracción, la vida bajo la influencia capitalista y neoliberal, y la situación íntima y familiar representada tanto a través del documental como de la ficción. Después hay alguna divergencia incomprensible, como 10 años de amistad (Nikolaus Geyrhalter, 2015), y alguna otra maravillosa, como Berserker de Pablo Hernando, que aunque inclasificable en los parámetros establecidos en las líneas previas, merece un destacado por su capacidad de crear una historia de misterio casi clásica a través de diálogos, patatas y cigarrillos.

Bang Gang (2)
‘Bang Gang’ / Fuente: filmin
1. Abstracción

En otra de las escenas de Bang Gang, una adolescente y su padre están sentados en el sofá de casa viendo la televisión. Las noticias anuncian un accidente ferroviario con decenas de muertos. El padre muestra su preocupación, mientras su hija revisa con su tablet las nuevas fotos que aparecen en Instagram. Su contexto no tiene el menor interés para ella. Es ya casi un tópico reproducir esta imagen de los jóvenes despreocupados por los problemas del mundo, incluso por los problemas de su entorno más cercano, pero lo cierto es que no es una situación ajena a la realidad. El film de Husson muestra a unos adolescentes que, como el personaje de Cervantes, han perdido el contacto con la realidad y sólo son capaces de vivir en su propia burbuja. Esta es una de las primeras conclusiones a las que llega una película que, pese a sus evidentes problemas (poca originalidad, ritmo desacompasado y un final demasiado aleccionador), nos muestra una situación latente en la nueva generación europea.

En este sentido, Chemsex (William Fairman, Max Gogarty, 2015) parte del mismo planteamiento: sexo, despreocupación, peligro. Aunque desde una óptica diferente, y basándose en la más pura realidad. Producido por Vice, este documental es un retrato de la vida nocturna gay en Londres, donde está de moda el sexo con drogas o “sexo químico”. Los directores ponen el foco en esta práctica, que ha enganchado a miles de personas, llevándoles a un sinfín de problemas de salud sexual debido al descontrol e inseguridad de las prácticas chemsex. Toda una realidad londinense que el documental pone de manifiesto a través de testimonios, de orgías sexuales, de visitas médicas y más, con esa capacidad increíble de Vice para meterse en las entrañas de ambientes conflictivos e íntimos. “En mis tiempos quizás conseguías una cita en un bar. Ahora llegas a tu vida gay y encuentras Grindr, y en unas cuatro conversaciones conoces la drogas”, cuenta una de las voces de Chemsex, que sentencia el objetivo del film en su siguiente frase: “No hay libros que te enseñen a ser un gay seguro en los tiempos modernos”. Fairman y Gogarty recogen el testigo de Husson en su mensaje aleccionador, pero con un matiz radicalmente diferente. Ellos usan las voces de los afectados para dar la alarma sobre la situación, mientras que ella busca la legitimación narrativa de su historia y el mito del amor romántico para huir de la perversión. Dos caras de una misma moneda en las que sexo y generación van de la mano.

Bittersweet
‘Bittersweet days’ / Fuente: filmin

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y aún hay más muestras de que el aburrimiento, la soledad y la nostalgia juegan un papel importante para el replanteamiento de las decisiones vitales (y sexuales). En Bittersweet days (Marga Melià, 2016), Julia (Esther González) siente la necesidad de vivir nuevas experiencias, de recuperar todo el tiempo que perdió queriendo encajar en la medida de los moldes sociales. Cuando un viajero holandés llamado Luuk (Brian Teuwen) se convierte en su compañero de piso, los replanteamientos irán en aumento. Pasamos así de una juventud en un estado constante de abstracción a una historia de amor donde también la sexualidad es un eje central, y donde se produce una ruptura con el pasado y el presente en busca de un futuro distinto.

Este film mallorquín, de encorsetada narrativa y nefasta interpretación, entronca con la griega A blast (Syllas Tzoumerkas, 2014), donde es también la distancia entre la pareja lo que origina los conflictos. En este caso no hay libertad para cambiar las tornas, sino que los deberes conyugales, en relación con los tres hijos del matrimonio, son una constante atadura para la cada vez más desquiciada protagonista. Cuenta, así, la historia de una juventud robada, por ella misma y sus decisiones, que la llevan a ser una joven madre con un marido en viajes constantes por mar. Una Penélope sin su Ulises, que se desmorona al mismo tiempo que la Grecia que vemos de vez en cuando en los televisores de su casa. Tzoumerkas establece así un paralelismo, buscando esas chispas de realidad política y social que parece faltar en los ejemplos anteriores, y mostrando uno más de los estragos que produce la locura transitoria de la juventud. ¿Moraleja como en Bang Gang? Quizás, aunque sus saltos temporales y su profundidad la elevan al segundo puesto de esta subcategoría, sólo superada por la más que notable Chemsex.

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‘Chevalier’ / Fuente: Variety
2. Dominación

¿Quién iba a pensar que montar un mueble de Ikea sería objeto de competición? Es una de las absurdas situaciones que ocurren en Chevalier (Athina Rachel Tsangari, 2015), donde un grupo de hombres conviven en una embarcación con el objetivo de ser los ganadores de un perverso juego: “el mejor en general”. De este modo, compiten por toda clase de cosas, por los más insignificantes gestos, como la manera en que duermen, en que limpian la vajilla o beben de un vaso de agua. Y, como no podía ser de otra manera, quién la tiene más grande con o sin erección. Este film griego es una representación cómica de la lógica neoliberal, de ese afán de competitividad por ser mejor que el de al lado. En definitiva, de ser “el mejor en general”. Aunque todos vivimos bajo esta influencia, es evidente que el film es una crítica dirigida especialmente al género masculino, instruido desde pequeños en esta mentalidad de éxito que a veces les lleva a ser una caricatura de ellos mismos.

Si en Chevalier vemos la imagen de esa lógica, en La extranjera (Miguel Ángel Blanca, 2015) vemos los resultados de la misma. El líder del grupo musical Manos de topo firma este viaje experimental a través de la Barcelona del verano de 2015 para ofrecer un personalísimo retrato sobre el turismo descontrolado. Cámara en mano, Blanca combina ficción con realidad para mostrar una ciudad invadida y profanada por una horda de turistas que sólo ven en ella un lugar para el desenfreno con una coartada cultural.

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‘La extranjera’ / Fuente: Bogaloo Films

En uno de los tramos del film, vemos una imagen deformada de diversos políticos catalanes, durante su intervención en la investidura de Ada Colau tras las pasadas elecciones municipales. Una alusión a la importancia de la administración en una temática como esta, pero a la vez una esperanza de cambio truncada por un orden mundial que difícilmente se podrá cambiar. 

Éstas son posiblemente las dos películas más irreverentes de la sección, si no del festival en su conjunto, que a través del absurdo y la experimentación quieren retratar una realidad concreta, que escapa de países y fronteras para imponerse como un patrón general. Una dominación de, en el primer caso, el capitalismo, y en el segundo, de la globalización. Ambos de la mano para construir un mundo del siglo XXI, con sus luces y sus sombras.

3. Intimismo

El último de los grupos en los que se puede dividir la sección Generación apela al intimismo desde las dos tipologías más básicas del cine: la ficción y la no-ficción. Son cuatro películas especialmente colocadas en este estadio porque la representación -predominantemente silenciosa- de los sentimientos de sus protagonistas alcanza un nivel de importancia mayor que las otras temáticas que abordan los films ya reseñados en esta crónica.

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‘Toto y sus hermanas’ / Fuente: filmin

En uno de los momentos más representativos de Toto y sus hermanas (Alexander Nanau, 2014), un niño de diez años está acurrucado en el suelo de su diminuta casa, que en esos momentos se encuentra invadida por una horda de drogadictos en plena acción. Es la costumbre del grupo, que instaló la madre del pequeño (ahora en la cárcel) y que sigue fomentando su hermana mayor (también en prisión). Sólo quedan él y su otra hermana, que pasa mucho tiempo fuera, dejando a su hermano en una situación nada favorecedora. Esta imagen, con su contexto, parece una dramática historia de ficción, pero no es así. Este documental rumano retrata con asombrosa crudeza la vida de Totonel y sus hermanas, que esperan (o no) que su madre acabe de cumplir la condena.

Nanau recurre a un método íntegramente observacional para llevarnos a esa situación límite de la familia, donde la inocencia del niño es la única chispa de esperanza en un ambiente descorazonador. En la línea del documental, pero en un amplio paso del dramatismo a la nostalgia, se encuentra también la noruega Brothers (Aslaug Holm, 2015), digna heredera de Boyhood (Richard Linklater, 2014), que sigue durante ocho años a dos hermanos en su paso de la infancia a la adolescencia, y de ahí a la madurez. A diferencia de la gran obra de Linklater, este film se enmarca en la más rabiosa realidad, hasta el punto de recoger comentarios de alguno de los dos niños pidiendo que dejen de grabarle. ¿Cómo entrar en tal nivel de intimidad? Fácil: la directora es su madre. Al final, este recorrido vital no es sólo el de los niños, sino también el de su progenitora, que añade al relato una dimensión existencialista sobre la vida y el paso del tiempo. Algo tiene de mágica toda esta combinación, que quiere al mismo tiempo estar conectada con la realidad de Noruega y del mundo en general. 

Estos dos documentales, con personajes de clases sociales, entorno, ritmo y objetivos radicalmente distintos, entroncan con una visión de la infancia-adolescencia en un contexto concreto, a través de una mirada observacional, limpia y profundamente intimista. Quizás se pueda atribuir más mérito al primero, por las dificultades evidentes a las que se enfrentaba (entrar en un ambiente hostil, con unos niños prácticamente huérfanos y una cuadrilla de drogadictos en mitad del fresco), pero en ambos se observa el talento y el genio de dos brillantes producciones. 

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‘The here after’ / Fuente: press.imaginefilm.be

Abandonamos el género documental para adentrarnos en las dos últimas propuestas que cierran esta sección Generación. Ambas comparten cierto desencanto vital, cierta melancolía que lleva a sus protagonistas, por razones diferentes, a desquiciarse a ellos mismos. The here after (Magnus von Horn, 2015) plantea una pregunta inicial: ¿qué pasaría si un asesino volviese a su pueblo e intentase recuperar su vida anterior al crimen? No sin cierta polémica, el cineasta sueco construye un relato en el que la información va apareciendo a cuentagotas, con una mezcla de misterio y despiste, como si quisiera que el espectador nunca llegara a saber lo que en realidad pasó aquel día dos años atrás. Y confirmo: nunca lo sabremos. A pesar de esto, y de una narrativa demasiado pausada, el film sabe jugar con los datos que revela y crear un ambiente de lo más tenso. 

En la que es la película más polivalente de la sección, que bien podría encajar en todas y cada una de las subcategorías que aquí se han establecido, un misterio ensombrece un pueblo del sur de Gales: los suicidios continuados de su población adolescente. “¿Qué les pasa a nuestros jóvenes? ¿Por qué no son felices?”, se pregunta el cura del pueblo durante la misa. Esa pregunta, tan concreta y originada por la situación que viven, se antoja, en cambio, muy general.

Bridgend (Jeppe Ronde, 2015) es la última de las películas de esta sección. No es la última por ser la mejor, ni tampoco por ser la peor, sino porque la domina una sensación de abatimiento que bien puede representar una juventud aburrida y extraña. Desconectada de su realidad. Son sus jóvenes los que ven fantasmas en los molinos de viento, como aquel desquiciado que se creyó caballero con corcel y escudero. Una generación europea en la que conviven los gritos de protesta y los likes en Instagram.

 


 

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