Hace ya tiempo que sigo con cierta curiosidad todo lo que se va publicando sobre el alcalde de Londres, Boris Johnson. A España es más bien poca cosa lo que llega de él, salvo alguna bufonada intrascendente (la mayoría de las veces que se lo ha mencionado aquí se lo despacha con “el alcalde bufón…”), pero en la prensa y en la televisión británicas es uno de los personajes públicos que más atención acaparan y supera muchas veces al propio David Cameron (los royals, de momento, siguen imbatibles al respecto). Que casi todo lo que diga o haga el alcalde de una ciudad, aunque sea Londres, tenga más trascendencia que lo propio con el mismo prime minister ya es un fenómeno bastante llamativo. Y como suelo estar atento a lo que se mueve en las islas británicas en general, y a Boris Johnson en particular, nunca falta material para el entretenimiento.

Johnson es un político de los que percibo que cada vez gustan más, no sabemos si a los periodistas, a los votantes o a los propios políticos: los llamados “versos sueltos” de un partido; figuras que capitalizan a nivel individual una pretendida autenticidad al desligarse ocasionalmente de la estética y retórica oficiales que se le presuponen a su partido, y que permiten igualmente a ese partido rentabilizar aquel plus de libertad, antidogmatismo y ecumenismo ideológico que compran alojando en su seno personajes en apariencia discordantes. En España cada vez veo más este tipo de figuras: parece que hay ya un cierto cupo en los partidos de derechas para el político gay, o el hipster divorciado y poeta o la motera con tatuajes, y lo hay también en los partidos más de izquierdas para el circunspecto, el padre de familia perfecto que exhibe a su rubia esposa en los mítines, o el ex-cura. Supongo que es la manera que tienen de buscar el gran voto del centro, que es donde parece que está el pastel. Pero como Insertos no se interesa por el análisis político sino por el cine, pues a lo que iba. Boris Johnson.

'Barclays Cycle Hire bike' / James Cridland (CC BY 2.0 via Commons)
‘Barclays Cycle Hire bike’ / James Cridland (CC BY 2.0 via Commons)

Para quien no conozca mucho al personaje y no tenga ganas de mirarlo por internet, unas pinceladas: su familia pertenece a la elite británica, pero además de antepasados pertenecientes a cierta nobleza de allí parece que cuenta con ascendencia alemana, francesa, suiza y hasta turca; aunque nacido en Nueva York (en un episodio del show de Letterman dijo para la audiencia norteamericana, mitad en broma mitad en serio: “en teoría yo podría ser presidente de los Estados Unidos…”) ha estudiado, cómo no, en Eton y en la Universidad de Oxford. En esta última se licenció en Filología Clásica; fue presidente del sindicato de estudiantes, compañero de estudios de David Cameron y miembro, junto con él, del Bullingdon Club, criptosociedad cuasidelictiva (coronaban sus ceremoniales con actos de vandalismo) y soberbiamente elitista. Pronto ingresaron ambos en las filas del Partido Conservador, y desde muy temprano la rivalidad que mantienen ha convertido a cada uno en la némesis del otro: aunque íntimamente Johnson se ha sabido siempre superior en intelecto a Cameron, la familia de éste hunde sus raíces más que la de aquél en la aristocracia inglesa y enseguida obtuvo un puesto de responsabilidad en el Partido, mientras Johnson se vio obligado a hacer las maletas y buscarse la vida como periodista. Trabajó durante años para varios periódicos como corresponsal en Bruselas cubriendo (como Eurosceptic) la actualidad política y económica de la Unión Europea, al tiempo que Cameron proseguía en casa su ascenso imparable en la jerarquía Tory. Johnson regresó a Inglaterra en el 2001 tras ser elegido miembro del parlamento; también ese mismo año pasó a serlo Cameron, a pesar de ser éste dos años más joven. En 2005 David Cameron fue elegido líder general del Partido Conservador; Johnson parecía estar quedándose atrás, pero en el 2008 da un golpe de mano y gana las elecciones a la alcaldía de Londres arrebatándosela al laborista Ken Livingston. Cuando por fin Boris Johnson había superado a su íntimo rival Cameron, éste gana para el Partido Conservador las elecciones generales del 2010 y sucede a Gordon Brown como Primer Ministro. Desde entonces, ambos han revalidado sin problemas sus cargos respectivos en sendas elecciones, y la pregunta que continuamente le hacen a Johnson y que éste, remolón, ni contesta ni desmiente es: ¿tiene Ud. intención de intentar algún día el salto al nº 10 de Downing Street?

Y bien, ¿todo esto a cuento de qué viene? Pues a cuento del documental de la BBC The irresistible rise of Boris Johnson (que aunque del 2013 puede verse todavía en Youtube) y donde se analiza de forma despiadada la figura pública y privada del político, documental realizado en gran parte en colaboración con el propio Johnson y sus familiares más cercanos. Y gracias a ello se conocen otros aspectos de un sujeto interesante y complejo, aparte de los que ya son de dominio público: su interés por la Roma clásica, por la historia y por la literatura (siente especial predilección por Samuel Johnson y por Winston Churchill); su admiración política hacia Margaret Thatcher y su defensa de la inmigración como elemento enriquecedor y motor de la sociedad británica (aunque no sabemos si se está refiriendo a un enriquecimiento desde el punto de vista puramente humano o desde el empresarial, por la bajada drástica de salarios que la patronal busca siempre al inyectar en un país mano de obra masiva procedente del extranjero; él, astuto como un zorro, juega con la ambivalencia). También ayuda el mencionado documental a comprender la pluralidad de facetas de una personalidad en la que se integran el intelectual que escribe libros (lleva publicados ya unos cuantos), el dos veces casado, cuatro veces padre y múltiples veces amante (aventuras que su mujer parece perdonarle), y la del orador admirable que es, de verbo rápido, florido y chispeante. En un programa de televisión le preguntaron algo así como qué le parecía que lo viesen como al Mick Jagger de la política: él, entre risas, contestó que su predilección iba más hacia Keith Richards.

Y cuando por aquí nos preparamos para recibir un otoño electoral que se prevé largo e interesante -sobre todo esto último-, si uno compara con el alcalde de Londres nuestras figuras y figurones políticos domésticos la cosa se vuelve un poco deslucida: independientemente de la ideología de cada cual, no se encuentra por aquí ni uno con su agudeza, su respeto por el interlocutor o sus ágiles reflejos para alternar el chascarrillo oportuno con referencias librescas; tampoco con la seguridad en sí mismo para someterse a todo tipo de entrevistas como él lo hace, ni con el talento suficiente para bregar de verdad dialécticamente con adversarios. Aquí las personalidades políticas que han reinado hasta ahora parecen por comparación un tanto romas, lentas, insustanciales; entrenadas para reproducir la frase hecha, la consigna: nada interesantes, en suma. Y si en vez de en los propios políticos nos fijamos en el modo como se construyen las narraciones necesarias para explicárnoslos, bien podríamos tomar aquí como modelo un documental como el de la BBC sobre Boris Johnson: sin concesiones de ningún tipo, sin edulcoramientos pero tampoco sin vilezas ni manipulaciones partidistas de los asuntos. Que es lo mínimo que se le puede pedir a la televisión pública y que pagan todos los ciudadanos, creemos algunos.


Un fragmento de  The irresistible rise of Boris Johnson


(Fotografía cabecera: ‘The London Eye from across the River Thames’ / Kham Tran (CCA-Share Alike 3.0)


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