Es posible que la historia del arte sea la historia de unas correspondencias. Los motivos artísticos se anticipan los unos a los otros. Los elementos se reutilizan y el asunto del arte se convierte en algo circular. ¿Son limitados los recursos e infinitas las combinaciones? Por ejemplo, la escultura de El Moscóforo (500 a.C), encontrada entre las ruinas de la Acrópolis de Atenas, es un antecedente del motivo paleocristiano del Buen Pastor.  En lo que al Cristianismo se refiere, todo empieza cuando Dios le pide a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac, pero en el último momento se apiada y lo sustituye por un cordero. No sé dónde leí que esto es una parábola de la civilización: el sacrificio humano es un acto de salvajismo, mientras que el sacrificio animal es una progresión en los empeños de la Humanidad por ser civilizada.  En Grecia, como demuestra El Moscóforo, ya se hacían ofrendas animales  a los dioses, ¿cuál es, entonces, la novedad del Cristianismo? La eucaristía. Pero vamos por partes. Se dice que el simulacro de sacrificio de Isaac es una prefiguración de la muerte de Cristo. Las referencias posteriores a Jesús como “cordero” son frecuentes. Dios sacrificará a su hijo dándole a la Humanidad un empujoncito hacia la conquista del símbolo. La conmemoración de este rito sacrificial es la eucaristía, pues el pan y el vino representan el cuerpo y la sangre. La misa es, pues, recuerdo del rito (haced esto en conmemoración mía) y solo recuerdo (como toda metáfora).

Es Nietzsche quien habla del desgaste de las metáforas, de la decadencia del lenguaje que pierde, de tanto repetirse, su capacidad para significar. Esta sensación de “desgaste” a causa de la reiteración es con lo que cualquiera que acuda a una misa católica en Europa se encontrará. La misa como recuerdo del rito se desarrolla mecánicamente, en una sucesión de fórmulas, preguntas y respuestas, que automatizadas, ya no conmueven. La filosofía de Nietzsche influyó en la obra de Nikos Kazantzakis, autor de la novela La última tentación de Cristo (1951), adaptada por Paul Scharader para el guión de la película de Martin Scorsese. Paul Schrader es un guionista profundamente tocado por inquietudes religiosas de vertiente calvinista y esto repercute en la película de Scorsese quien se ocupa de la religión y de la figura de Jesús desde el plano existencial.

Durante mi último año de carrera cursé una asignatura optativa llamada La Biblia y su repercusión en la literatura occidental. El profesor era un catedrático de lenguas semíticas. El día que habló de Jesús y del Nuevo Testamento, abrió la discusión con la gran paradoja que define el arte y la cultura occidental desde hace 2015 años: Jesús es la persona que más ha influido en la historia del mundo occidental pero no existe ninguna prueba de su existencia.  Si no se pueden considerar “historia” los evangelios, entonces, ¿qué son? ¿Literatura? Tampoco. Los evangelios son testimonios, palabras transmitidas, noticias orales plasmadas en algún momento dudoso, -y muy posterior a la muerte de Jesús-, al papel. Cito del diccionario etimológico: <<La palabra “evangelio” proviene del griego “εὐαγγέλιον”, “euangelion”, que a su vez, proviene de la composición de dos términos: “eu” (“εὐ”), bueno/a; y “angelion” (“αγγέλιον”), noticia, mensaje, dando, por lo tanto, “la buena noticia”>>.

Fueron tiempos muy convulsos para el Imperio Romano. Mucha gente confió en Jesús para llevar a cabo la Revolución. Los evangelios son equívocos y alegóricos, pero recogen lo que se anunciaba por ahí: la buena noticia de la llegada del mesías a la tierra. Investigando al respecto, me encontré con el Ensayo sobre las revoluciones antiguas de René de Chateaubriand, quien afirma que los evangelios no eran literalmente entendidos ni aun por los primeros cristianos primitivos, y describe a Jesús como alguien que “hablaba con la misma oscuridad que el oráculo de Delfos”. Son tantas las contradicciones “que necesariamente hay que inferir que en sus principios la historia de Jesucristo no fue más que un cuento que cada cual refería a su manera”. Aun admitiendo la existencia de Jesús, la realidad de su vida, la autenticidad de los evangelios,  “de la simple lectura de los mismos resulta destruida la divinidad de Jesús”. Se hace preguntas interesantes como la de ante quién se aparece Jesús resucitado: no a los sacerdotes, ni al pueblo, ni a los magistrados, sino a personas “interesadas en que se prolongara su impostura”. Los evangelios fueron compilados en la biblioteca de Alejandría, lugar donde en aquel momento tomaba hegemonía la filosofía occidental frente a las escuelas filosóficas de oriente (la escuela persa, fundamentalmente). Por eso se dice que el misterio de la Trinidad procede de Platón (el hijo incorporado a la materia), como todo el discurso dicotómico del cuerpo y el alma, entre otras muchas cosas.



¿Sería Jesús quien es  si hubiera sucumbido a las tentaciones de la carne? En La última tentación de Cristo, cuando está a punto de morir, Williem Dafoe flaquea ante la posibilidad de llevar una vida normal. Desciende de la cruz con vida, se casa, y tiene hijos. Como era de esperar, años más tarde, encuentra a uno de los discípulos predicando el milagro de su supuesta muerte y resurrección. Este le dice que el Jesús resucitado es mejor, pues lleva esperanza a los que sufren, mientras que él, el de verdad, es un cobarde, un hombre cualquiera. La tentación de llevar una vida corriente es la última porque no sucede de veras: continúa en la cruz y todavía va a morir.  No solo Kazantzakis, Schrader y Scorsese  se ocupan de la dimensión trágica del Jesús en la cruz. Ya las escrituras lo insinúan cuando ponen en su boca el “Dios mío, dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Este sentimiento de soledad es sintomático de la humanidad de Jesús, que implora como todo hombre, solo a las puertas de la muerte.

La historia que cuenta Scorsese, en términos fílmicos, es la historia de una alucinación. Willem Dafoe mantiene una mirada alucinada, como la de un ser salido de otro planeta. Sufre porque tiene y no tiene la posibilidad de elegir. No está tan lejos de Hamlet cuyo fatum trágico deriva de tener que cumplir las órdenes del padre. El Jesús de esta película está queriendo arrojarse a su propia humanidad, pero él es más que eso. En los términos filosóficos y existenciales que recoge Schrader de la novela de Kazantzakis, se trata de una superación del hombre que remite de nuevo a Nietzsche, quien sitúa al individuo ante un dilema: el superhombre. Para el filósofo el hombre es tránsito y no meta: “el hombre es algo que hay que superar”. Cito:

«Mas Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así: El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, – una cuerda sobre un abismo. Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso. Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado«

Revisando la infinidad de pinturas dedicadas a este momento de la crucifixión, me encontré con El Cristo de San Juan de la Cruz de Salvador Dalí. Este cuadro está compuesto a partir de un escorzo inquietante, un plano imposible. Está claro que Scorsese bebe del surrealismo para esta película. Son sorprendentes los momentos como aquel en el que Jesús se saca el corazón del pecho, o el plano picado del comienzo, que se acerca a un Dafoe retorcido en el suelo,-un ser atormentado que ya no quiere escuchar más voces-. Pero si tengo que elegir, prevalecerían los encuadres agónicos de la crucifixión: el plano de Cristo en la cruz de espaldas. Revisando otros casos, el Cristo amarillo de Paul Gauguin, el de Velázquez o el del Greco (cualquiera, en realidad), uno se da cuenta de que los cristos de las pinturas o esculturas casi nunca sufren. Los rostros no son desesperados. El Jesús de Scorsese agoniza en una sucesión de cortes paranoicos. Solo escucha el ruido del viento-cada vez más fuerte-, mientras espectadores lo señalan y ríen. El clima recuerda, por momentos, al Simón del Desierto de Luis Buñuel. Es normal que se sienta solo y abandonado. Las representaciones de Cristo en la Cruz (tan repetidas que parecen parte de un mismo mantra) son un lugar común obligado en el que el poeta y el artista siempre caen.

Luego, también están las discusiones en torno al canon que ha impuesto a un Jesús con un aspecto determinado (los mosaicos de la iglesia de Santa Sofía de Estambul están fechados en el Siglo XIII y en ellos Jesús ya parece rubio). El físico del Jesús de la película de Pasolini, El Evangelio según San Mateo, se consideró revolucionario, por ser este más bien tirando a moreno. En fin, que nadie como él, (¿fruto de una invención, un complot? ¿Un impostor o, tal vez, efectivamente, el mesías?), ha dado tanto de qué hablar, de qué escribir, de qué pintar, de qué filmar.  Esto significa que la más importante verdad de los hombres no tiene ni remotamente que ver con la ciencia. Tal vez la religión sea la más perfecta creación artística de todos los tiempos. Pues en eso consiste el arte, ¿no? En sublimar la realidad. Somos humanos porque somos artistas.


(Fotografía: ‘Cristo crucificado’ de Velazquez/Public domain, via Wikimedia Commons)


 

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