Muerte de una romántica socialista


El amor por el lugar y la naturaleza es una constante fácilmente identificable en la tradición del cine ruso, desde aquella extraordinaria Tierra (1930, Aleksandr Dovzhenko) condenada a la incomprensión en la URSS de Stalin, que veía contrarrevolucionarios sus modos poéticos, hasta el surgimiento del llamado Nuevo Cine Soviético, con cineastas como Andréi Tarkovski, Aleksei German, Tengiz Abuladze o el autodeclarado panteísta Andréi Konchalovski, director de El cartero de las noches blancas, culminando la transición del realismo socialista a una forma de arte más avanzada y autónoma, con tantas veces la mirada puesta en el paisaje como un personaje más. Procede traer a colación otra referencia: Lo viejo y lo nuevo (1929, Serguéi M. Eisenstein), película que reflejaba el paso de las pequeñas explotaciones campesinas de antaño a las granjas tecnificadas y modernas del siglo XX, una vez puesto en marcha el Plan Cooperativo para la agricultura de Lenin. Aunque a mucha distancia en forma y en fondo (al fin y al cabo, ¡la película de Eisenstein debía contar que lo nuevo era lo bueno!), El cartero de las noches blancas es también la crónica de un viejo mundo rural abocado a su disolución en los tiempos actuales, idea que elocuentemente Konchalovski imprime, no sin cierta tosquedad, en la imagen de dos habitantes de una pequeña comunidad sentados en la orilla del lago Kenozero con, a sus espaldas, un cohete disparándose al espacio.

En otro momento de la película, el hallazgo del cadáver de una anciana y su consiguiente funeral motiva una reflexión sobre lo que su muerte supone –la desaparición del “romanticismo socialista” del que ella era exponente– que remarca de nuevo el sentido hacia el que fluye la propuesta del director. No en vano, el protagonista elegido es otro anacronismo, un cartero, dedicado a comunicar aldea y ciudad mediante su lancha. A su presentación en la Mostra de Venecia, donde ganaría el León de Plata al Mejor Director, Konchalovski declaró que estaba empezando entender, a sus 77 años, “la esencia contemplativa del cine”. En El cartero de las noches blancas, el director efectivamente elige narrar desde la observación, sirviéndose de hermosas composiciones generales (devaluadas por la imagen digital: ¿no resulta irónico?) en torno a las que circulan una serie de personajes que no solo están aislados físicamente de la sociedad como comprobaremos con el seguimiento a sus acciones cotidianas, sino que también son víctimas de un aislamiento interno. El individualismo de nuevo cuño, reflejado con personajes absortos viendo la televisión, hurtos o políticas sexuales que priorizan la masturbación al sexo real, pasa a suceder al yo colectivo del que es vestigio una escuela en ruinas y su coro de niños, en off, cantando el himno bolchevique.

Aunque con una carrera accidentada –o precisamente por ella–, capaz de abarcar obras tan dispares como Siberiada (1978), Tango & Cash (1989) o El Cascanueces 3D (2010), es difícil poner en duda la versatilidad y la admirable inquietud artística de alguien como Andrei Konchalovski, todavía dispuesto con una avanzada edad a introducirse en distintos problemas estéticos. Disfrazado de liviano y urgente, carácter que contribuye a amplificar la utilización de actores no profesionales, auténticos habitantes de la zona, El cartero de las noches blancas es un trabajo muy interesante al que solo puede poner en entredicho la ambigüedad de su planteamiento: toda esa verdad y ese mundo secreto que contempla está sometido y determinado, de hecho, por un guion, y además con unas estrategias y recursos narrativos bastante evidentes. Así, el conjunto no resulta muy cohesionado porque la película no es ninguna de las dos cosas que contradictoriamente quiere ser, con un desarrollo argumental que puede verse como diluido por su ritmo pausado y, a su vez, con una apariencia lírica que puede verse como intervenida por un argumento/mensaje. La débil afinación de su organización expresiva contrasta, sin embargo, con la habilidad espectacular de Konchalovski para traducir en imágenes su sofisticado discurso, mucho más profundo que el aparente ejercicio de nostalgia bajo el que provocadoramente se oculta.


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cartero-nochesEL CARTERO DE LAS NOCHES BLANCAS 

Director: Andrei Konchalovski.

Guion: Andrei Konchalovski y Elena Kiseleva.

Intérpretes: Aleksey Tryapitsyn, Irina Ermolova, Valentina Ananina, Timur Bondarenko, Tatyana Silich, Lyubov Skorina.

Género: drama. 2014, Rusia.

Duración: 101 minutos.


 

 

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