Almas negras


Hay principalmente dos maneras de abordar cinematográficamente lo que se conoce en general como la «mafia» de origen italiano: la que ha predominado en el tratamiento del asunto por parte del cine norteamericano por un lado, y el modo como se ha abordado el tema en la propia Italia, por otro. Aunque pueden encontrarse excepciones en uno y otro lado, las líneas maestras son bien distintas. En los Estados Unidos el cine de mafiosos ha estado revestido por lo general de un aura ciertamente romántica, con la figura del gánster desprendiendo un gran atractivo para el espectador: perteneciente a una microsociedad vista como un cuerpo extraño dentro de la sociedad americana, rebelde a la asimilación última por esta, y con sus propios códigos, valores y estructuras que respiran de espaldas a la América blanca anglosajona, su vida toda se desarrollaba siempre en los márgenes, tanto sociológicos como biológicos, apurando la vida hasta el límite y abandonándola a menudo tempranamente. Así desde los años treinta (desde Hampa dorada, de M. Le Roy, por fijar un inicio en 1930) hasta la serie Los Soprano, ya en el siglo presente. Y ahí van incluidas desde la trilogía de Francis Ford Coppola, que lleva el género a su culminación elevando a las cumbres del clasicismo la épica de la familia Corleone, hasta Martin Scorsese, algunas de cuyas películas (Uno de los nuestros, Casino) suponen un empuje al límite de este tipo de historias al retorcer las líneas principales del género hasta el borde de la caricatura, y marcar así de forma intencionada ese distanciamiento con la realidad por la vía de lo grotesco que –a decir de algunos- Tarantino ha convertido en marca propia.

Y luego está lo que se ha hecho en Italia. Aquí el estilo y el espíritu cambian por completo: el romanticismo no tiene lugar, ni tampoco caben idealizaciones ni épica alguna que, de haberla, concluye siempre en masacre y en sufrimiento (y que a diferencia de la épica en literatura nunca son el epítome de un pasado grandioso o de una época heroica perdida). La serie La Piovra, o largometrajes como Los cien pasos o No tengo miedo cuentan historias con la aspereza y el dolor con los que uno habla de una herida abierta, que lleva sangrando demasiado tiempo y que conducirá a una muerte casi segura, tanto más dolorosa cuanto más inviable se percibe la curación. En Italia la herida mata al cuerpo social, es un cáncer, de ahí que el tratamiento del tema haya tenido poco del embellecimiento que ha adornado al submundo criminal allá en Norteamérica, donde esa herida apenas ha sido un rasguño que escocía, a veces más y a veces menos, en el inmenso cuerpo de un gigante.

Sólo desde este punto de vista es posible comparar Gomorra con Calabria, el largometraje de Francesco Munzi, como se han apresurado a hacer estos días importantes críticos de cine en nuestro país. Fuera de ello poco tienen que ver: Gomorra, basada en el conocido libro de Roberto Saviano, presentaba, a medio camino entre la ficción narrativa y el documental, los entresijos de la camorra: el estilo de vida de sus miembros, la procedencia del dinero, sus negocios y ramificaciones, la Hidra de las múltiples cabezas. Nada de esto hay en Calabria: adaptación de una novela de Gioacchino Criaco (Anime nere, «almas negras», título original también de esta película) la historia es un drama rural que muestra cómo el odio que se profesan dos familias del mismo pueblo, originado en el asesinato impune décadas atrás del miembro de una de ellas e incubado a lo largo de varias generaciones, termina por estallar en todas sus trágicas consecuencias. Poco tiene que ver esta historia con lo que nos contaba Gomorra, y sí mucho con episodios como el famoso de Puerto Hurraco en nuestro país. Que los personajes principales de Calabria se dediquen al tráfico de cocaína poco importa para la historia: lo mismo habría dado que fueran promotores inmobiliarios o cabreros, como de hecho son algunos personajes de la película. La presencia de la ´Ndrangheta se percibe constante pero sorda, nunca mencionada, como un elemento más del telón de fondo del drama y que forma parte del paisaje tanto como las montañas abruptas del Aspromonte o las carreteras sin asfaltar que conducen al pueblo, un símbolo más de la nula implantación que ha tenido el estado moderno en gran parte del sur de Italia.

Por lo demás, la historia conmueve por su realismo y por la autenticidad de unos personajes magníficamente interpretados. Quien haya viajado por Calabria reconocerá en varios actores esa fisonomía tan particular de los rostros de los calabreses, distintos de napolitanos y sicilianos, resultado del cruce de elementos itálicos con griegos y albaneses, y perfectamente perceptibles hoy en día incluso en ciudades grandes como Reggio; unos rostros en los que se puede leer todavía el sufrimiento y las humillaciones, silenciados pero no olvidados, que siglos de pobreza y de violencia han ido esculpiendo, y que innumerables veces han sido borrados de la faz de la tierra demasiado pronto por esa serpiente del odio que se desenrosca y se muestra en esta película.


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CALABRIA

Dirección: Francesco Munzi.

Intérpretes: Marco Leonardi, Peppino Mazzotta, Fabrizio Ferracane.

Género: drama. Italia, 2014.

Duración: 103 minutos.


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