4º Indie&Doc Festival de cine coreano

Santiago Alonso 


No sabemos si en Corea del Sur los debates que analizan ciertas cuestiones contemporáneas impulsan a las personas de izquierdas a atizarse entre ellas —y, de paso, a las personas de derechas a enseñar a las de izquierdas la manera en que se debe ser de izquierdas—, tal y como ha sucedido en la maravillosa y estupenda España en las últimas semanas a santo del libro Feria de Ana Iris Simón. Pero sale casi natural preguntarse cómo se llevan en el país asiático estos asuntos cuando comprobamos que varios de los temas de los que (más o menos) se ha hablado estos días se corresponden con las reflexiones y preocupaciones de gran parte de los cineastas reunidos en la cuarta edición del INDIE&DOC Fest, organizada por el Centro Cultural Coreano y el SIFF (Festival de Cine Independiente de Seúl). ¿Una tendencia, pues, de índole global en un primer mundo atrapado en una crisis que no cesa? No parece casual que muchos de los filmes compartan planteamientos: hay personajes impelidos a distanciarse de unas urbes que han aglutinado al grueso de la población, incluso a dejarlas del todo; otros que se acercan (o regresan) al pasado personal, en la lejana provincia o en el medio rural, replanteándose la relación conflictiva con la familia y las tradiciones que representa; otros más a quienes, directamente, les mueve la voluntad de asentarse en el campo…

De manera muy significativa, en esta última cosecha de largometrajes casi no aparecen ni Seúl ni otras grandes ciudades. Y en el caso de los dos documentales que acoge la sección oficial —Evaporated  (Kim Sung-min, 2019), que nos traslada a un barrio marginal de la capital; y Land and Housing (Kim Ki-seong, 2020), una mirada a los programas de reurbanización de Cheongju— la visión dada de la ciudad no rebosa precisamente optimismo. Incluso la exproductora protagonista de Lucky Chan-sil (Kim Cho-hee, 2020), un drama introspectivo con toques románticos que transcurre en el mundillo del cine independiente surcoreano, se va a vivir a una colina de la periferia buscando una paz que, de momento, solo encuentra cuando abre la ventana para poder respirar aire fresco y ver en lontananza la capital y la profesión de las que escapa. 

El gran viaje de vuelta a casa desde Seúl, el lugar al que los jóvenes van para estudiar y triunfar, es lo que tienen en común Sunset in My Hometown (Lee Joon-ik, 2018) y Somewhere in Between (Jeon Jee-hee, 2019). La primera cinta cuenta la historia de un rapero que año tras año cae eliminado en un concurso televisivo de nuevos talentos. El aviso de que su padre, a quien no ve desde hace una década, ha tenido un infarto es la razón por la que visita a regañadientes un pasado que quiso dejar atrás y ahora quizás deba empezar a analizar con propiedad. Aparte de un progenitor al que odia y el dolor por una madre muerta diez años atrás, allí le esperan los amigotes, la chica que estaba enamorada de él, la chica que le gustaba, el compañero de clase al que martirizaba… Historia juvenil con una amalgama de comedia, desenfado y melodrama —siguiendo un poco la senda de la clásica e imbatible My Sassy Girl—, ni su conclusión ni su discurso final ofrecen grandes sorpresas, pero al menos deja claro que los recorridos vitales de ida y vuelta sirven para algo si, de alguna manera, nos permiten avanzar. El chico lo expone así en su rapeado triunfal: «Una vida plena es la mejor venganza / Así que observadme mientras lleno toda mi libreta / Dejo atrás el atardecer de mi ciudad natal / Los recuerdos se evaporan con un prolongado suspiro / Pero la nostalgia permanece, nunca se va del todo / La ciudad en la que el sol se pone / Mi padre entre la luz y la oscuridad / Tuve que darle la espalda para poder hacer la paces / Escribo esta letra cuando reflexiono sobre mi pasado / Desde un puerto abandonado, donde el atardecer es siempre gratuito / Dejo en blanco el próximo paso».

Después de suspender por enésima vez sus exámenes en Seúl, donde se trasladó hace tiempo, el protagonista de Somewhere in Between regresa derrotado a su pequeña ciudad natal. Allí tiene que afrontar la enfermedad de su madre y una abulia ambiental que combina a la perfección con la propia. Todo sigue más o menos igual, incluida la sensación de un futuro paralizado y de unas relaciones familiares que siempre parecerán un campo minado. Pero igual es necesario, según nos cuenta la directora, emprender el regreso y atravesar otra vez dicho campo para (poniéndonos algo taoístas) procurar integrarse en armonía y concordancia con los acontecimientos, que no significa lo mismo que dejarse llevar por ellos. Y convertirse en encargado de un pequeño cine de provincias puede ser, a la postre, el único modo en que el joven consigue sintonizar con el mundo.

El título de esta última película resume también el tema principal de otras dos de la sección oficial, A Distant Place  (Park Kun-young, 2020) y Move the Grave  (Jeung Seung-o, 2019). Posiblemente ambas ofrecen reflexiones más complejas que las anteriores, porque ponen en primer plano el inevitable conflicto entre la tradición y modernidad en Corea del Sur, señalando que la superación del patriarcado y la homofobia, o el concepto de familia alternativa, son avances sociales que chocan y chocarán con las raíces.

En un punto intermedio entre el pasado y el deseo de un futuro mejor es donde lucha el personaje principal de A Distant Place, un antiguo urbanita reconvertido en felicísimo granjero. Su apuesta por dar un volantazo total a su existencia y trabajar con animales, en perfecta comunión con la naturaleza, tiene tanta firmeza como la de formar un hogar que se sale de los cánones. Por un lado, está criando solo a una niña pequeña, que no se sabe muy bien si es hija suya o no; por otro, acoge en casa con muchas ganas a su pareja, un joven poeta que por fin ha decidido irse a vivir con él. Pero los problemas surgen cuando recibe la inesperada visita de una hermana con quien lleva años sin mantener el más mínimo contacto (representa la vida de la que pretende despegarse) y cuando, a pesar de intentar ocultar la verdad, los lugareños descubren que el poeta es más que un amigo (he aquí la incompatibilidad con la sociedad a la quiere pertenecer).

Y perdidas entre el ayer y el hoy se encuentran las hermanas de Move the Grave. Este hecho se manifiesta con intensidad al tener que reunirse las cuatro para trasladar los restos mortales del padre a otro cementerio, debido a la expropiación de la tumba en la pequeña isla de donde proviene la familia. Junto con sus tíos, dos ancianos demasiado apegados a las tradiciones que no conciben que vayan a incinerar los huesos, así como tampoco la ausencia del único hermano durante la ceremonia fúnebre, las mujeres van a remover sentimientos que creían ya enterrados: en su día miraron y huyeron hacia adelante para salvarse, sobre todo de la muy conflictiva relación con un intransigente progenitor que favorecía por sistema al varón. Y para complicarlo todo aún más, aparece la exnovia del huidizo hermano pidiendo dinero para poder abortar. 

En definitiva, esta idea de una inestable posición en medio de dos mundos funciona como argumento rector que guía una parte fundamental del INDIE&DOC Fest de 2021, un festival donde los largometrajes seleccionados proponen una análisis de la realidad surcoreana desde perspectivas principalmente socioculturales. El festival brinda la oportunidad de conocer mejor Corea del Sur, viendo en pocos días varias obras provenientes de una industria cinematográfica envidiable que casi nunca llega a nuestro país; y también de fomentar el debate, pues resulta interesante detectar si se dan o no concomitancias con lo que sucede a este otro lado del planeta. Eso sí, sin llevar las pedradas dialécticas ya preparadas y teniendo en cuenta que no todo el mundo ha crecido al calor de una gran ciudad.


Puedes ver el 4º INDIE&DOC Fest en Filmin



 

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