Santiago Alonso 


En el artículo «Las pelis de pandemias nos vacunan frente al miedo», publicado hace pocos días por el diario El País, el periodista Javier Salas recababa opiniones de científicos que apoyaban una idea en realidad no tan sorprendente: si a muchas personas les atraen las obras sobre enfermedades y contagios colectivos, incluso en situaciones como la actual, se debe a que brindan un ensayo emocional de lo que nos pasa. Son catarsis y lección de vida al mismo tiempo. Ahora bien, durante estos meses de la extrañísima primavera de 2020 no solo lidiamos con el confinamiento al que nos ha obligado la COVID-19 o superamos el drama humano y la catástrofe socioeconómica consecuentes. También nos ha tocado soportar a muchísima gente mala que camina… y que habla ante un micro o teclea, expandiendo día sí y día también un mensaje intrínsecamente ponzoñoso, a menudo entre lo posfascista y lo carca. Se trata de personas que añaden confusión a la confusión, añadiendo con maldad más peso a la tragedia. En fin, son el recordatorio martilleante del país y el mundo que nos han tocado vivir (que ya sabíamos que nos había tocado vivir).

Es difícil encontrar filmes que valgan como vacuna contra esta combinación tan específica de penalidades. Quien teclea estas líneas ha vuelto a ver uno magnífico que, aun incluyéndose dentro de la modalidad vírico-catastrofista, ayuda bastante a serenar los ánimos y reconducir el pensamiento a terrenos menos agitados, algo muy necesario, pues de momento se sigue buscando un remedio para el virus, pero ya nos han convencido de que no existe para determinados comportamientos: es Maravilloso Boccaccio (2015), el penúltimo escrito y dirigido por Vittorio y Paolo Taviani antes de la muerte del primero tres años después.

Después del estreno en 2012 de un trabajo tan insólito y estremecedor como César debe morir, toda una lección de compromiso humanista, así como muestra muy bien ejecutada de una seria voluntad de experimentación, cabía preguntarse qué camino iban a tomar los incombustibles hermanos. Cualquier seguidor de su trayectoria intuía que no se iban echar a descansar ni a efectuar sin más un ejercicio en clave menor. Exacto, no fue así. Como habían hecho a menudo en su filmografía construida al alimón durante casi seis décadas, dirigieron la mirada a la literatura universal. Tras explorar el universo de autores foráneos como Shakespeare (la representación de Julio César en la cárcel romana de Rebibbia daba sentido a Cesar debe morir), Goethe (Las afinidades electivas) o Tolstoi (No estoy solo, Resurrección), y la relectura de Pirandello entre los nacionales (la formidable película Kaos), la pareja artística adaptó a Giovanni Boccaccio, uno de los tres padres de las letras italianas. ¿Y qué obtuvieron de esa vuelta a la Florencia asolada por la peste del Decamerón? Aparte de un viaje cargado de inquietudes, urdieron muy bien un nexo entre el texto escrito en el siglo XIV y el tiempo presente. El resultado ofrecía otra vez una lúcida y honda preocupación por lo humano, presentada de manera sobria pero sin solemnidad.

Por un lado, la colección de cien novelle boccacianas —en el libro, recordemos, diez narradores cuentan una historias diferente cada jornada, durante un total de diez ha inspirado unas cuantas adaptaciones cinematográficas más o menos directas. Por otro, puede decirse que estas historias han delineado los registros satíricos y picarescos de bastantes aproximaciones al medioevo en la pantalla transalpina; véanse, por ejemplo, La Armada Brancaleone (1966) del maestro Mario Monicelli, o Los placeres de la noche (1966) de Armando Crispino, un cineasta aún por reivindicar. A muchos espectadores, eso sí, siempre les vendrá primero a la cabeza El decamerón (1971) de Pier Paolo Pasolini, una cinta que además dio pie al filón «decamerótico» durante la primera mitad de los años setenta, sumando una cincuentena de productos que poquísimo o nada tenían que ver con la fuente original: tan solo echar un vistazo a un título como Decameron proibittissimo: Boccaccio mio state zito (traducido sería Decamerón prohibidísimo: ay, Boccacio mío, estate calladito) ya daban una pista de su contenido.

Los Taviani dejan de lado la algarabía asociada a la obra y apuestan por el sosiego para narrar los cinco cuentos que seleccionan del conjunto, imprimiendo a la antología un espíritu parejo a la serenidad y recomposición de ánimo buscadas por el grupo de diez jóvenes florentinos que huyen de una enfermedad que diezma la población y hunde la sociedad en el caos. Lo primero que llama la atención en Maravilloso Decamerón es, entonces, la preponderancia dada a la historia marco respecto a los relatos. Los cineastas revalorizan los intervalos que rodeaban a las piezas de este gran cuento de cuentos. Hay unos protagonistas claros, y estos son las siete mujeres y los tres hombres refugiados en una villa a las afueras de la ciudad. Ante el horror y la oscuridad que se cierne sobre el mundo, los diez adoptan un proyecto de convivencia colectiva, con sus reglas y desafíos casi monásticos, donde el acto de contarse historias tiene un sentido y no resulta un mero entretenimiento con la finalidad de olvidar la desgracia. Sean tristes o cómicos, contengan dolores o risas, estos vuelos de la imaginación se presentan, en sus últimas consecuencias, como latidos de vida, amor o rebeldía. Y así es como se representan en el largometraje.

Por tanto, las cinco narraciones están concebidas y realizadas, tal vez más que nunca en una versión cinematográfica, a la manera de breves apólogos. Son un dechado de precisión expresiva, rozando el minimalismo, pero sin merma de los placeres que proporciona el acto de que alguien nos cuente una historia. Y los dos cineastas no se quedan solo con eso. Dentro de su apuesta por la juventud y por la capacidad del ser humano para restablecer la convivencia social, las mujeres son para los Taviani una piedra angular. Son ellas las protagonistas destacadas, y la libre inspiración en Boccaccio les permite introducir aspectos muy acordes con preocupaciones contemporáneas. Ahí está el prólogo en la iglesia de Santa Maria Novella, cuando las futuras narradoras deciden huir y no se da el mismo sentido que reflejaba el original literario a la inclusión de los tres hombres dentro del grupo. Y los cuentos contienen varios ejemplos más: la reacción de la esposa de Calandrino ante la brutalidad que se le ha inflingido; el tratamiento que se da a los hechos de una narración tan peliaguda a la hora de ser reinterpretada como es la de Catalina y Gentile; o el sentido dado al parlamento de la abadesa Usibalda (divertidísima Paola Cortellesi, como acostumbra) al ser descubierta cometiendo pecado carnal.

A propósito de la figura de los hermanos Taviani, el crítico Gian Piero Brunetta tuvo un original acierto al comentar que «parecen dos maestros zen disfrazados de maestros cinematográficos occidentales». La idea vale para comprender por qué Maravilloso Decamerón presenta una poética notoriamente diferente a la que exudaban los fotogramas de Pasolini, que estaban repletos de sexo y arcaica autenticidad. El camino para disfrutar la esta cinta es distinto, pues verla incita a considerar la experiencia un acto contemplativo y de serena meditación. La propuesta pictórica está clara desde el inicio hasta el final, mediante una magnífica (y sorprendente) reelaboración con texturas digitales de los gustos plásticos de Giotto y la escuela florentina: véanse la simplificación figurativa, los colores, la composición y, en consecuencia, la particular aproximación íntima al espíritu humano que definía a aquellos pintores. Y debe sumarse al tratamiento de la imagen la elección hecha de las hermosas localizaciones exteriores y de unos interiores muy austeros en antiguas villas para terminar de dar al conjunto una pátina muy del Trecento italiano.

Con estas premisas estéticas y el grupo de diez jóvenes intérpretes desconocidos, que parecen estar en una obra de voluntarioso teatro aficionado (mientras el elenco de consagrados desfila solo por los cinco cuentos), los hermanos Taviani reflejan un intercambio de sensibilidades generacionales que deviene en un canto a la juventud como escudo contra las pestes negras. Las pestes de cualquier tipo, incluidas las ideológicas que, pongamos el ejemplo, surgen al amparo de un coronavirus. Proponen dicho canto dos chavales sabios que, cuando filmaron el largometraje, se aproximaban con la cabeza en plena forma a los noventa años de edad.


Puedes ver MARAVILLOSO BOCCACCIO en Filmin

Puedes ver EL DECAMERÓN en Filmin

Puedes ver LA ARMADA BRANCALEONE en Filmin



 

MARAVILLOSO BOCCACCIO

Dirección: Paolo y Vittorio Taviani.

Intérpretes: Lello Arena, Kasia Smutniak, Jasmine Trinca, Kim Rossi Stuart, Paola Cortellesi.

Género: drama, comedia. Italia, 2015.

Duración: 120 minutos.

 


 

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