Yago Paris


La identidad de género, concretamente aquella que se asocia directamente a las características sexuales del cuerpo humano, es la clave que da sentido a La chica danesa. La cinta aborda el caso real de Einar Wegener (Eddie Redmayne), un pintor de principios del siglo XX que se cambió de sexo. En una determinada escena, un Einar en plena crisis de identidad visita un peep-show en busca de respuestas a sus acuciantes preguntas. El primer punto de interés del fragmento consiste en las intenciones del protagonista. Si lo habitual en estas situaciones consiste en que hombres ocupen distintas habitaciones privadas, a través de cuyo cristal pueden observar a una mujer desnuda que realiza una serie de actos eróticos, todo ello con la intención de satisfacer su curiosidad o directamente aliviar sus deseos carnales, el protagonista acude para entender cómo funciona la sexualidad femenina.

Como ser humano que se identifica a sí mismo como mujer estando encerrado en el cuerpo de un hombre, Einar imita los movimientos de la chica, hasta que esta lo descubre. La sorpresa inicial da paso a un juego de complicidad donde la chica invita a Einar a proseguir con su imitación. Mediante un meticuloso ejercicio de puesta en escena, Tom Hooper filma desde ambos lados del cristal, utilizando el reflejo de cada personaje que se produce en el mismo, obteniendo como resultado un juego de fusión de cuerpos. La imagen en el espejo, aquella con la que conformamos nuestra identidad, se convierte en una mezcla entre lo que somos —en este caso, el reflejo de Einar en el cristal— y lo que nos gustaría ser —la imagen de la chica del peep-show.

El protagonista ansía tener un cuerpo femenino, pero esto no solo se expresa a través de las imágenes descritas, sino también de sus acciones, lo que da pie al segundo punto de interés de la escena, a la postre el más relevante, pues la eleva a un nivel de complejidad notorio. Si inicialmente el protagonista imita los gestos de su compañera de escena, más adelante toma la iniciativa y se mueve según su voluntad; ahora es ella la que imita. En este momento Einar no solo controla el erotismo femenino, sino también, en sentido figurado, el cuerpo femenino. Por unos instantes, Einar posee un cuerpo de mujer, aquello que más ansía, en un complejísimo juego lacaniano que combina los órdenes imaginario y simbólico, o lo que es lo mismo, los procesos de construcción de la identidad y la socialización del individuo.

Pero antes o después el fetiche freudiano siempre llega a su fin. En pleno fervor erótico, cuando Einar se ha entregado a la fantasía de una nueva sexualidad, su mano se desliza por su pecho en dirección hacia sus genitales, pero lo que sus dedos encuentran no es la ansiada vagina, sino un pene paradójicamente castrante. La vuelta a la realidad es demoledora: biológicamente, Einar sigue siendo un hombre, una situación que lo atormenta y que provocará una futura operación de cambio de sexo, la primera de la historia. Tom Hooper, a pesar de desarrollar una cinta convencional en el desarrollo dramático y aleatoria en la construcción visual —destaca su obsesión preciosista por introducir grandes angulares de manera injustificada—, consigue construir en este fragmento de La chica danesa una formidable escena de múltiples capas de lectura, dando la impresión de haber sido, como señala el crítico Jordi Costa, «[el] único momento de la película donde parece que Hooper se haya preguntado por la puesta en escena».


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