Fruncir demasiado el ceño

Santiago Alonso 


¿Pero qué relación mantienen los protagonistas con los secundarios? ¿Por qué el padre de una joven que ha sido víctima de asesinato se comporta de manera tan risible cuando la policía va a su casa? ¿Qué significan una serie de tuits colgados en la red por alguna razón no muy clara? Nada más comenzar El silencio de la ciudad blanca, bastan tan solo un puñado de secuencias para que los espectadores que no hemos leído el primer volumen de la exitosa trilogía escrita por Eva García Sáenz de Urturi nos llevemos una sorpresa no muy halagüeña y nos planteemos tres opciones respecto a lo que estamos viendo: a) solo se ha convocado a la sala cinematográfica a quienes se traen aprendido de casa el argumento; b) los problemas narrativos apreciados en pantalla ya venían con el texto original; y c) ambas circunstancias. Sea como sea, se hace evidente que los personajes y las subtramas empiezan a desfilar atropelladamente, los sobrentendidos se siembran por doquier y la virtud de lo escueto se transforma en el obstáculo de lo incomprensible. Demasiados fruncimientos de ceño por nuestra parte ante tamaña confusión.

Tener despistado al personal un concepto bien distinto supondría el hecho de jugar con él al despiste no se antoja la mejor táctica cuando se presenta un policiaco con malévolas y superlativas mentes criminales que traen de cabeza a los investigadores del caso, cada uno de ellos con su trauma personal a cuestas, mientras que se sazona el rompecabezas con forzadísimas pinceladas de cultura y se rinde un homenaje a una hermosísima ciudad, Vitoria en concreto. Y la consecuencia más importante de todo esto, la estocada final que explica la desconexión mental del aficionado al género sentado en su butaca, es que la película dirigida por Daniel Calparsoro termina cometiendo el único delito que seguramente está prohibido en una intriga de corte deductivo: que se note que quienes asumen el papel indagador muy escaso margen de maniobra les dejan a Aura Garrido, Belén Rueda y Javier Rey a la hora de componer sus personajes pululan como pollos sin cabeza secuencia tras secuencia, topándose con los distintos sucesos, no llegando a ellos por su propio pie. Es decir, la ausencia de una investigación real y sus procesos lógicos

En la firma de Calparsoro hallamos la única carta bien jugada de la partida, pues no hay muchos realizadores en España que demuestren habilidad para rodar bien un cine autóctono de adrenalina. Eso sí, tampoco el proyecto le da grandes posibilidades de demostrar su buen hacer, y el director debe conformarse con las cuatro o cinco persecuciones de gente corriendo que recoge el guión, vengan o no a cuento. Las dos primeras, frenéticas, están filmadas con brío; en las restantes, sin embargo, todos los participantes de El silencio de la ciudad blanca, los de detrás y los de delante de la cámara, parecen dar ya muestras de cansancio o aburrimiento.



 

EL SILENCIO DE LA CIUDAD BLANCA

Dirección: Daniel Calparsoro.

Intérpretes: Belén Rueda, Javier Rey, Aura Garrido, Manolo Solo, Àlex Brendemühl.

Género: thriller. España, 2019.

Duración: 110 minutos.

 


 

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