Mirai, mi hermana pequeña (Mirai no Mirai)
Madurar a partir de la empatía Yago Paris Asumir que uno no puede ser siempre el centro de atención de sus padres es el tema central de la novela Coraline. […]
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Madurar a partir de la empatía Yago Paris Asumir que uno no puede ser siempre el centro de atención de sus padres es el tema central de la novela Coraline. […]
Asumir que uno no puede ser siempre el centro de atención de sus padres es el tema central de la novela Coraline. El escritor Neil Gaiman se valía de la fantasía para convertir en tenebroso relato de aventuras la serie de procesos mentales que cualquier niño sufre en su camino hacia la adolescencia. La protagonista, cuyo nombre da título al libro, se acaba de mudar con su familia a una casa en el campo, lo que supone una ruptura total con su vida anterior que fuerza a la joven a enfrentarse al abismo de lo desconocido. Sin dejar claro en ningún momento si lo que Coraline vive es real o solo fruto de su imaginación, la historia expone temas como la gestión del ego, el miedo a crecer o los temores irracionales que todos podemos tener debido a traumas del pasado. Al final se hace un alegato en favor del aburrimiento como excelente herramienta para el autodescubrimiento durante la edad infantil.
Algo bien parecido cuenta Mamoru Hosoda en Mirai, mi hermana pequeña. En su séptima película, el director de cine de animación aborda el conflicto que sufre Kun, un niño de cuatro años que recibe un baño de realidad cuando descubre que su hermana pequeña acaba de nacer, y, por tanto, él dejará de ser el centro de atención de sus padres. La reacción, como cabe esperar por parte de un niño tan mimado como el protagonista, no será positiva ni sosegada. La manera que encuentra de lidiar con semejante cataclismo, al igual que en el caso de Coraline, también pasa por la fantasía. La frustración y el aburrimiento del pequeño Kun provocan que comience a comunicarse con las versiones del pasado o del futuro de diferentes miembros de su familia, en un viaje interior donde el desarrollo de la empatía por parte del protagonista se convierte en el buque insignia de su travesía hacia la madurez.
Con un estilo heredado de Hayao Miyazaki tanto en tipo de animación como en subtextos —la similitud con Mi vecino Totoro es notable—, Hosoda profundiza en el contraste entre cotidianidad y fantasía, uno de los ejes que vertebran su filmografía, como puede observarse en La chica que saltaba a través del tiempo, Summer Wars o Los niños lobo. Las complejas relaciones en el seno de la familia vuelven a ser el marco del relato, pero, a diferencia de su anterior obra, El niño y la bestia, aquí la trama se reduce a la mínima expresión, lo que permite que la creatividad se vuelque en el desarrollo de la puesta en escena. El resultado es un ejercicio de excelencia animadora. En el cine de Miyazaki lo que más impacta de primeras es todo lo relacionado con lo fantástico —el gatobús, el propio Totoro—, pero quizás todavía más meritoria sea la capacidad del veterano realizador nipón para captar la trascendencia de lo cotidiano —una libélula posada en una planta— o su destreza en el retrato de personajes infantiles —los movimientos todavía imperfectos, los tropiezos. Una aproximación a lo cinematográfico que se mantiene en la última obra de Hosoda, un ejercicio de excelencia animadora donde lo espectacular se conjuga con lo sutil.
MIRAI, MI HERMANA PEQUEÑA
Dirección: Mamoru Hosoda
Reparto: Moka Kamishiraishi, Haru Kuroki, Kaede Hondo, Gen Hoshino, Kumiko Aso, Yoshiko Miyazaki, Koji Yakusho
Género: Drama fantástico. Japón, 2018.
Duración: 96 minutos.