Novocine XI: Sueños y lamentos del hombre blanco
Se cierra una edición más de Novocine, la muestra de cine brasileño que trae a Madrid con periodicidad anual películas inéditas en nuestro país. Industria en clara expansión, el cine […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Se cierra una edición más de Novocine, la muestra de cine brasileño que trae a Madrid con periodicidad anual películas inéditas en nuestro país. Industria en clara expansión, el cine […]
Se cierra una edición más de Novocine, la muestra de cine brasileño que trae a Madrid con periodicidad anual películas inéditas en nuestro país. Industria en clara expansión, el cine de la república sudamericana se ha convertido en un habitual de las carteleras de todo el mundo: los trabajos de Anna Muylaert –Una segunda madre (2015), Madre no hay más que una (2016)–, una película de animación tan singular como El niño y el mundo (Alê Abreu, 2013), la aguerrida Casa grande (Fellipe Barbosa, 2014) o uno de los mejores estrenos del presente año en España, Doña Clara (Kleber Mendonça Filho, 2016), dan fe del extraordinario momento de salud artística y comercial que vive. También de su creciente prestigio internacional, puesto que, hace no tantos años, toda película brasileña que llegaba parecía tener que ir obligatoriamente asociada a la etiqueta “de favelas” y a los tiroteos entre policías y narcotraficantes. Una pérdida de estereotipos que, por fortuna, no se ha materializado en una desideologización o una reducción del contenido político, algo casi inconcebible en un país que lleva dos décadas inmerso en una profunda transformación. Su fase actual, con las brutales privatizaciones llevadas a cabo por el presidente no electo Michel Temer y la destrucción de toda la obra social del Partido de los Trabajadores, adquiere incluso aspecto de encrucijada.
Precisamente por eso último, llama mucho la atención el estilo distendido que ha marcado la programación de este XI Novocine, alejado de la denuncia social de años anteriores. Quizá por el cada vez mayor número de títulos que consiguen distribución en salas o compiten en festivales, la selección de 2017 se ha quedado algo exigua y rebajado el nivel respecto a otras ediciones. Más allá del estreno de Elis, el ambicioso biopic de la cantante Elis Regina –cuyo director, Hugo Prata, fue entrevistado por Santiago Alonso en este medio–, y la primera proyección en España de Pequeno segredo, candidata de Brasil a los últimos Óscar, no ha habido mucho que destacar en esta semana de cine, dominada por el melodrama tremendista y con espacio, además, para algún que otro producto de calidad cuestionable. Un año después de que Temer formase, con gran polémica, el primer gobierno integrado exclusivamente por hombres blancos desde los tiempos de la dictadura militar, también ha llamado la atención el factor en Novocine: la mirada masculina, con pleno de directores varones caucásicos en la programación, ha dominado enteramente la muestra de un país donde mujeres y negros o mulatos son, no obstante, mayoría.
Durante el Mundial de Fútbol de 2014 en Brasil, el histórico pique entre la hinchada nacional y la argentina registró altos niveles de tensión: primero, con la humillante derrota de la Canarinha por 7-1 ante Alemania, y después, con la llegada del conjunto celeste a la final. La afición del país vecino creó entonces un provocador cántico, Decime qué se siente, que sirve de leit motiv a la comedia La vingança (y que le ha servido de título para su estreno en Argentina). En ella, un especialista de acción descubre a su novia manteniendo relaciones con otro hombre el día en que se disponía a pedirle matrimonio. El agravio, para él, se incrementa cuando descubre que el amante es argentino. Escandalizado al conocer los hechos, un amigo le anima a emprender un viaje al otro lado de la frontera para que, juntos, restauren una especie de orden natural acostándose con todas las mujeres que sean posibles, a modo de venganza.
La premisa de la película no es especialmente graciosa y su desarrollo, a decir verdad, tampoco. Lejos de hacer sátira con el tema de la fragilidad masculina o, por lo menos, con el absurdo de las identidades y rivalidades nacionales, La vingança refuerza roles, conductas y arquetipos desfasados para el cine contemporáneo y, presumiblemente, para la sociedad en general. Harpías aprovechadas, novios malvados y mujeres perfectas dispuestas a amar a hombres (muy) imperfectos conforman el surtido menú de una comedia basada, ante todo, en el nulo cuestionamiento de la cosmovisión de sus protagonistas, que coincide exactamente con la perspectiva que ofrece la narración. El inconsciente parece, justamente, delatar a sus responsables en los compases finales mediante la torpísima resolución del conflicto con la ex, que no solo deja al personaje femenino en una posición terrible, sino que corta para pasar a otra cosa ante la constatación de que los dos amigos no tienen un arco de transformación que completar. O dicho de otra manera: que aquí no hay una misoginia que aspire a cambiarse, sino a validarse.
El drama hospitalario Sob pressão, estrenado en el verano de 2016 en Brasil, ha sido uno de los puntos álgidos de emoción en este Novocine, que no precisamente de verosimilitud. Pese a su escueta duración, inferior a la hora y media, son tantos y tan variopintos los avatares que afectan al equipo médico de la película que, al final, queda más bien la impresión de haber asistido al maratón de una ruidosa trilogía. La estrella absoluta del show es Evandro, una especie de Dr. House, adicto igualmente a los fármacos, aunque en su caso para mantenerse despierto: son tan limitados los recursos técnicos y humanos de su centro que debe estar constantemente alerta y listo para entrar en acción. Bajo el carácter torturado y la desproporcionada entrega de Evandro a su oficio se esconde un terrible trauma: el fallecimiento de su esposa durante una operación que él mismo realizó. A la manera de una telenovela con muy pocos complejos, el dato será revelado al espectador por medio de un personaje que le espeta, literalmente, «¡Tienes que superar que tu esposa muriera mientras la operabas!».
La denuncia sobre la falta de prestaciones parece, en un primer momento, el fondo argumental de la película, pero rápidamente se comprueba que todos sus esfuerzos están orientados al sensacionalismo más desmedido y con menos sentido de la vergüenza. Un capitán de la policía que arresta a Evandro por operar a otro paciente antes que a uno de sus hombres, o el director del hospital que sufre un infarto a consecuencia de la enorme tensión y que tiene, ¡también!, que ser operado, son solo algunos de los muchos momentos de humor involuntario incluidos en Sob pressão, que termina por coronarse en su tramo final con una de las escenas de sexo más anticlimáticas, imprevisibles y fuera de lugar que puedan haberse rodado nunca. El tono épico, más grande que la vida, que el director Andrucha Waddington imprime sobre su narración otorga a la película una personalidad genuina y hace totalmente imposible –porque esto hay que reconocerlo– aburrirse con ella. Su éxito le ha llevado, este año, a dar el salto a la televisión en forma de serie, con una segunda temporada ya en camino. Todo para disgusto de los profesionales brasileños de la enfermería, que se han quejado de que la ficción no solo ofrece una imagen desvirtuada del funcionamiento de un hospital, sino que obvia su papel para convertir a los médicos en sumos hacedores de todo el trabajo.
El pasado año, el Ministerio de Cultura brasileño sorprendía a propios y extraños apostando por el drama Pequeno segredo para competir en los Óscar, en detrimento de la favorita absoluta, Doña Clara. La decisión se entendió como absolutamente política, puesto que el título de Kleber Mendonça Filho se ha convertido, desde la llegada al poder de Temer, en un símbolo de la lucha contra los recortes. Aunque predominantemente melodramática y ciertamente vacía de todo elemento agitador, no puede decirse que la elegida fuera, en cualquier caso, una película a despreciar. Basada en una historia real de su propio director, David Schurmann, Pequeno segredo es una amable aproximación al mundo de la preadolescencia y al tema de los lazos familiares desde tres flancos: la convivencia entre una niña de doce años y su madre adoptiva, la historia sobre su nacimiento y los intentos de la abuela biológica por reunirse con ella.
Se trata del homenaje que Schurmann dedica a su hermana, fallecida cuando él era adolescente a causa del VIH que heredó de su madre. Con participación en el guion de Marcos Bernstein –escritor de Estación central de Brasil (Walter Salles, 1998)–, Pequeno segredo es un trabajo sorprendentemente sólido por todas las molestias que cineasta y colaboradores se toman en construir unos personajes y un drama consistentes, sin querer recorrer el camino más corto hacia la lágrima fácil. La enfermedad de la joven, de hecho, permanece a un lado durante la mayor parte de la narración, lo que permite a Schurmann adentrar sin condicionantes al espectador en la dinámica de vida de una chica absolutamente normal, con los intereses y hábitos de una persona de su edad: relacionarse con su amiga, practicar su afición favorita (el ensayo de un ballet donde sueña con interpretar a Campanilla), rondar al chico que le gusta… Muy afortunadamente, la revelación posterior no acaba funcionando como giro o golpe de efecto, sino prácticamente como una adenda a la historia personal de su protagonista y de quienes la rodean. Una decisión elegante de la que podrían tomar nota muchos dramas de explotación: las vidas no giran en torno a la muerte, las vidas se viven.
No sería preciso tomar O filho eterno, basada también en una historia real, como modelo diametralmente opuesto a la anterior película, pero sí podría decirse que su sensibilidad se encuentra en unas coordenadas muy, muy alejadas. Mientras Schurmann no aparecía como personaje en su película ni siquiera de manera testimonial (pese a ser el hermano de la protagonista), O filho eterno se basa en una novela autobiográfica de Cristóvão Tezza, donde este narra en primera persona su experiencia exclusiva, sentimientos y opiniones como padre de un niño con síndrome de Down. Habría que consultar la fuente original, pero los flirteos de esta película con el humor negro no dejan al señor en la mejor de las posiciones, sobre todo teniendo en cuenta que la historia versa inequívocamente sobre el engorro que a él le supone criar a un hijo enfermo. Como ejercicio de sinceridad brutal y, en concreto, autocrítica, sin duda hablamos de un trabajo demoledor. Que esa fuera realmente la intención, no obstante, está por verse.
Una madre que, se sobreentiende, también sufre porque su hijo no esté completamente sano es virtualmente despojada de toda importancia en una película sin más conflicto que el de un hombre consigo mismo. Y no un gran hombre. Sus hazañas: desde celebrar la poca esperanza de vida de su hijo, tras leer un libro sobre la enfermedad, hasta huir el mayor tiempo posible de casa para no tener que verle y para, de paso, seducir a jovencitas en la playa dándoselas de intelectual. La lenta transformación del personaje en un padre capaz de querer a su hijo (o, por lo mismo, de hacer el gran esfuerzo de ver fútbol con él) evita que estemos ante el relato más reprobable de los últimos tiempos, pero lo que queda es una película mediocre y totalmente desnortada que utiliza una temática sensible para hablar, básicamente, de fantasías de realización masculinas. El arquetípico choque entre las aspiraciones de diversión de un hombre y las responsabilidades de la paternidad puede tener su gracia si lo cuenta el Adam Sandler de Niños grandes (Dennis Dugan, 2010), pero deja una impresión bastante grotesca en el contexto de un drama de enfermedad.
Para seguir con puntos de vista estrafalarios sobre cuestiones delicadas, O silêncio do céu fue un cierre de Novocine que difícilmente dejó a alguien indiferente. En estos días, cuesta mucho ver una película que trate el problema de las violaciones sin pensar en el terrible caso de ‘La Manada’, cuya amplia cobertura mediática ha hecho que toda España conozca al dedillo los argumentos de la defensa durante el juicio. Un procedimiento tortuoso para una víctima se ha elevado, de esta manera, a calvario, con la veracidad de sus palabras sometida ahora a infame escrutinio público. La pregunta que se formula de entrada O silêncio do céu no es, por tanto, de recibo: ¿por qué una mujer elegiría callar semejante trauma? Dicha pregunta, sin embargo, no se formula en relación a una sociedad machista que podría estigmatizarla, o a los posibles esfuerzos psicológicos por lidiar con el recuerdo. No, la pregunta se la plantea un hombre, concretamente el esposo de la víctima en la película, incapaz de entender por qué su mujer no está todo lo triste y abatida que, en su opinión, debería estar después de que dos asaltantes hayan abusado de ella.
Sobre ese misterio se articula imprudentemente un thriller de investigación, así como, al igual que en O filho eterno, una parábola bastante poco interesante sobre los deseos y las aspiraciones varoniles. Poco interesante por una sencilla razón: cuando en una historia hay una mujer violada, pretender que a alguien le importe más el sufrimiento de su señor marido parece un capricho extraño. O silêncio do céu hace un estudio sobre la fragilidad y los mitos de la masculinidad en torno a la figura del protagonista –Leonardo Sbaraglia, en uno de los peores papeles de su carrera–, que presencia la violación de su mujer desde un escondite pero, a la hora de la verdad, no tiene agallas para enfrentarse a los criminales. Sus intentos por volver a percibirse como alguien fuerte y que, de paso, su mujer le reconozca como tal (a base de asesinar a sus violadores para darle una especie de sorpresa, puesta que ella ni sabe que él está al tanto) marcan el desarrollo de una película puntuada por larguísimas peroratas en off acerca de las exigencias que la sociedad te pone cuando eres hombre. Porque, en esta película que arranca con una mujer siendo forzada en su propia casa, la lección principal es lo duro que es ser un hombre.