Berberian Sound Studio
Cadáveres pudriéndose en tu cabeza Con tan solo tres películas en su haber, el cineasta británico Peter Strickland ya puede presumir de haber alcanzado un merecidísimo estatus de culto: si […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Cadáveres pudriéndose en tu cabeza Con tan solo tres películas en su haber, el cineasta británico Peter Strickland ya puede presumir de haber alcanzado un merecidísimo estatus de culto: si […]
Con tan solo tres películas en su haber, el cineasta británico Peter Strickland ya puede presumir de haber alcanzado un merecidísimo estatus de culto: si bien todavía un perfecto desconocido para el gran público, el revuelo causado por sus películas tras sus modestos estrenos internacionales, o su paso por festivales, está haciendo de él un secreto cada vez peor guardado. Este año, el seísmo ha azotado a España con el estreno simultáneo en salas de su magistral The Duke of Burgundy (2014) –personalísima revisión del cine erótico europeo de los setenta, bajo la muy concreta influencia de Jess Franco– y otra joya que, tras poder verse en el Sitges de 2012 o en el Atlántida Film Fest de 2013, a estas alturas había motivos para creerla desterrada de toda distribución, Berberian Sound Studio.
Así como The Duke of Burgundy parece jugar al despiste con esa (por otro lado, deslumbrante) secuencia de créditos vintage, acaso anticipando no más que una inocente broma post-moderna, y un arranque que se diría propio de un softcore de explotación antes de descubrirnos todo lo que esconde debajo, abordar la grandeza de Berberian Sound Studio podría encontrar como traba la extraordinaria sencillez con la que se planta ante el espectador. Un señor perfectamente enfocado, cargado con su equipaje, camina de espaldas a la cámara hacia un fondo impreciso –desenfocado– con el que acaba fundiéndose: es la cristalina presentación con la que Strickland inicia su crónica de la inmersión en lo desconocido a la que se enfrentará el protagonista, un refinado técnico inglés (encarnado fantásticamente por Toby Jones) que acepta, sin conocimiento de causa, participar en la mezcla de sonido de una perturbadora película de autor italiana, titulada El vórtice ecuestre, y que irá acabando poco a poco con su cordura. El buen cinéfago no tardará en captar que la película a cuya edición asistimos es un giallo, el nombre con el que se aglutinó en Italia, en los años setenta, a películas de misterio con una serie de elementos comunes, tales como su violencia particularmente estilizada, el interés por las psicopatologías y el inconsciente, o el esquema de thriller policíaco (fueron, de hecho, unos viejos folletines policíacos los que inspirarían el nombre de la corriente, por sus célebres cubiertas amarillas). Y de la misma manera, la trama de esa película, un escabroso enredo con brujas en una academia, se presta con facilidad a vincularse con la que es, seguramente, la cumbre expresiva del género: Suspiria (Dario Argento, 1977). Pero, relatado todo esto, la muy legítima pregunta que uno puede y debe hacerse es, ¿tiene Berberian Sound Studio relevancia más allá del homenaje a un período cinematográfico para deleite de sus seguidores? O, ¿es Berberian Sound Studio un simple producto de consumo para nostálgicos del giallo, como otros tantos revivals de nuestros días?
Una de las oposiciones más frecuentes que se daban en el género contraponía, por una parte, una suerte de actitud libertina a, por otra, una moral guardiana y sancionadora. Es el antecedente obvio de los slashers donde, según dicta el cliché, muere el que practica el sexo, y puede encontrarse en películas como La tarántula del vientre negro (Paolo Cavara, 1971), donde el asesino era un cornudo enfadado con las mujeres, o la soberbia Angustia de silencio (Lucio Fulci, 1972), que tenía como brazo ejecutor a un cura obsesionado con que los niños no cediesen a la tentación de la carne (es decir: a mirar a una jovencita nada recatada que acaba de llegar al pueblo), problema tan fácil de solucionar como mandarles al otro barrio precozmente. Llama la atención que en Berberian Sound Studio esa distinción siga claramente presente, pero, sin embargo, coloque al caballero de moral ordenada como aparente víctima de los salvajes, los italianos desvergonzados y maleducados que se traen líos de faldas y ruedan empalamientos con lanzas ardientes. Es uno de los temas que Strickland ha filtrado en su historia, una intriga que, desde la llamativa decisión de mantener siempre fuera de campo las imágenes de la película ficticia para dar todo el protagonismo al sonido, podría leerse como ingeniosa abstracción del giallo que busca conquistar, desde los márgenes de este género, su parcela propia de horror irracional, de locura.
El psicoanálisis juega un papel primordial en el tratamiento que el autor hace de su conflicto. En Berberian Sound Studio es prácticamente inevitable quedar apabullado ante los arrebatos formales (el arrollador tramo final), la insalubridad de la atmósfera, las abundantes notas de comedia rara, los juegos visuales (rimas como la garganta de la actriz de doblaje chillando, fundida con una batidora en marcha) o, directamente, las alucinantes descripciones verbales, muy prolijas en detalles, que ofrecen al señor sonidista antes de ponerse a mezclar cada escena espantosa. Sin embargo, vista detenidamente, también sorprende la dedicación con la que Strickland ha puesto desvíos por el camino, conversaciones nada trascendentes e intercambios de lo más aleatorios que tienen como único y exclusivo fin crear tensión, incidir en la enorme incomodidad que siente el personaje, incapaz de entrar sin meter la pata en el diálogo más plano. Esto, unido a una productora que se le presenta al protagonista casi como una estructura kafkiana, sin modo de que le paguen, contribuye a que equiparemos su mente -que, a fin de cuentas, es la que nos da el punto de vista- con una realidad inconsistente, borracha de sí misma y en pleno proceso de desintegración. Otros detalles como la relación con su madre (una araña, símbolo de la opresión materna en la obra de Freud, hará acto de presencia un par de veces), los sueños donde llaman a su puerta o la inquietante subtrama de los gorrioncillos descabezados a poco de abandonar el nido (¡!), sin olvidar la actitud maternal de las exuberantes actrices del estudio hacia el técnico, o esa dualidad madre/bruja que no hay perder de vista cuando Argento está en el ajo, son pruebas más que claras de que estamos asistiendo a toda una terapia de shock.
La cuestión, por tanto, de si Berberian Sound Studio es solo un brillante homenaje o, por sí misma, una obra autónoma y problemática puede sortearse apreciando cómo Peter Strickland hace el trabajo difícil de fusionar las dos opciones. No es solo que la película cuente algo distinto donde ya todo parecía contado, sino que es capaz de levantar su discurso-tributo usando herramientas diferenciales; y no es solo que la trama funcione perfectamente al nivel de lectura más primario, sino que, bajo el conflicto de este pobre hombre asustadizo que cae en una espiral de locura tras adentrarse en el giallo, Strickland ha conseguido, también, rendir una pleitesía tan directa hacia el género como representarlo, sin ambages, en la forma de un pecaminoso portal a la liberación. Una invitación a perder la (aburrida) cabeza purificándose por la vía de la (placentera) depravación. Esto es, por la vía de unos cuantos costrosos VHS de los setenta.
BERBERIAN SOUND STUDIO
Dirección y guion: Peter Strickland
Intérpretes: Toby Jones, Tonia Sotiropoulou, Cossimo Fusco, Susanna Cappellaro, Layla Amir, Eugenia Caruso, Hilda Péter
Género: terror. Reino Unido, 2012
Duración: 92 minutos