Día 4 | Juventud descarriada
Cruzamos el ecuador del Nocturna con la primera jornada larga del certamen, que se extendió hasta cerca de las dos de la madrugada. Fue quizás el día más representativo de lo […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Cruzamos el ecuador del Nocturna con la primera jornada larga del certamen, que se extendió hasta cerca de las dos de la madrugada. Fue quizás el día más representativo de lo […]
Cruzamos el ecuador del Nocturna con la primera jornada larga del certamen, que se extendió hasta cerca de las dos de la madrugada. Fue quizás el día más representativo de lo irregular que es este festival: más de seis horas de proyecciones en las que hubo espacio para la pura y sana diversión, y también para el subproducto de bajísima estofa, sin términos medios.
Dos cortometrajes con sello nacional pudieron verse en la sala grande del Palafox. El primero de ellos, Cambio (Dani Romero, 2016), es una enigmática alegoría del paso del tiempo sobre las personas, relatando un encuentro furtivo –y fatídico– entre una pareja y sus alter ego de hace varios años en el lago donde pasaban las vacaciones. De desarrollo un tanto opaco y abierto a interpretaciones, como dijo la actriz principal durante su presentación, podría aventurarse que se trata de una reflexión sobre la madurez y la necesidad de dejar atrás el pasado. Lo que sí se reconoce con certeza es el buen oficio de Romero y su equipo, que, pese a haber rodado todo el material en tan solo dos días, logran una sorprendente y elegante pulcritud en la textura de la imagen y sus composiciones. Prácticamente con la pompa propia de un blockbuster y más gente en la sala que cualquiera de los otros días, se estrenó por la noche (después de una introducción inusualmente larga a cargo de todo el equipo) You’re gonna die tonight (2016), nuevo cortometraje de Sergio Morcillo, un nombre muy ligado a Nocturna: además de haber estrenado ya algún corto en otras ediciones, el año pasado dirigió el spot del festival. La fuerza visual de Morcillo es innegable, pero este cronista reconoce que no llegó a cogerle el punto: el argumento resulta bastante confuso, y su ejecución histérica hasta extremos algo irritantes, tanto desde el punto de vista formal como desde la interpretación de una Mónica Aragón de lo más flamboyant. Con todo, es muy loable la ambición de su director, quien ha demostrado de manera continuada su pasión por un género que evidentemente conoce muy bien, y recordó al desaparecido Wes Craven al final de los créditos.
En Oficial Fantástico, la jornada no pudo arrancar de manera más desilusionante: la rusa Queen of Spades: The Dark Rite (Svyatoslav Podgaevskaya, 2015) es de lo peorcito que se ha podido ver esta semana, una muy mediocre cinta de terror que nos hace preguntarnos por la salud del género en la antigua república soviética. A partir de una leyenda adolescente arquetípica –esta vez, el espíritu de una mujer que sale del espejo al invocarse tres veces sosteniendo una vela–, la película parece un empacho mal digerido de algunos de los clichés más rancios del mainstream, con todos los sustos baratos y golpes de efecto de plantilla habidos y por haber. A ratos asoma una cierta y bienvenida excentricidad, como la idea –solo apuntada– de la rata poseída o la amenaza capilar (el fantasma comienza a manifestarse… ¡cortando el pelo a sus víctimas!), pero la realidad es que nunca llega a explotarse y dominan la función los automatismos y las inercias que dicta el manual. Sosa y sin mucho sentido.
Por la noche, llegó el momento de uno de los más esperados estrenos de la programación: la española Summer Camp (Alberto Marini, 2015), película que inminentemente llegará a la cartelera (el próximo 10 de junio, a través de Filmax), de la que teníamos la referencia de los buenos comentarios en el último Sitges y el sello de Jaume Balagueró en la producción. Su responsable precisamente fue guionista de Mientras duermes (2011), del cineasta catalán. Este debut en la dirección se trata de una muy divertida incursión en el subgénero de infectados y el survival, que destaca sobre todo por su imaginación a la hora de colocar a sus personajes (unos monitores de campamento estadounidenses en un pueblo afectado por un raro virus) en diversos atolladeros mortales, su generosa violencia y sus logrados momentos de humor. En el debe, la planificación algo pobre de las escenas más agitadas, donde el movimiento de la cámara no permite ver casi nada. Se trata posiblemente de la película que ha logrado mayor consenso hasta ahora entre el público del festival, bastante dividido los días antes, y, salvo que Vigalondo y esa Camino (Josh C. Waller, 2015) en la que hace las veces de villano tengan algo que objetar, podemos considerarla la favorita al premio gordo. Estimable gesto también de Alberto Marini en la presentación, mencionando las cargas policiales de estos días en el barrio barcelonés de Gràcia.
Finalmente, llegó el momento de la primera sesión golfa del Nocturna. La elegida para los trasnochadores fue The Hexecutioners (Jesse Thomas Cook, 2016), contendiente en la sección Madness, que podría disputarle a Harvest Lake (Scott Schirmer, 2016) el honor de ser el título más sumamente extraño de cuantos se han visto estos días. Las categorías de bien y mal vuelven a quedarse pequeñas, o demasiado simples, para determinar qué es exactamente este trabajo, que cuenta con el guionista de películas tan populares entre los aficionados al underground como Frecuencia macabra (Pontypool) (Bruce McDonald, 2008) o Hellmouth (John Geddes, 2014), y que podría parecer fallido por sus bruscas variaciones de tono, de estilo y hasta quizá de intenciones… si no fuera porque cuesta entender qué clase de accidente puede arrastrar todo un conjunto hacia algo tan sumamente extraño. A partir de la premisa –después, casi anecdótica– de una agencia que se encarga de proporcionar eutanasia a pacientes en estado crítico, The Hexecutioners se “centra”, dentro de su dispersión, en la relación con la muerte que va desarrollando una joven recién contratada para el trabajo, que tendrá un punto de inflexión cuando un millonario requiera de sus servicios para ejecutar un rito que incluye cosas tales como dar de comer órganos humanos a pájaros (original revisión del, desde luego, más vulgar “esparcir cenizas”). Es difícil sentirse cómodo ofreciendo un veredicto claro a una película que cuesta tanto seguir, ya sea porque sus autores no tenían claro lo que estaban contando o porque la cabeza no da más de sí a determinadas horas: en todo caso, contiene un buen número de momentos perturbadores y oníricos que deberían hacer las delicias del aficionado al gótico, aunque solo sea por el desconcierto. Probablemente las ruinas de una construcción más compleja, pero unas ruinas por las que es fascinante perderse.