Una mujer a la deriva
Irene Bullock Certamen de Miss Italia de 1947. Las candidatas que quedaron en los primeros puestos fueron: Lucia Bosé, Gina Lollobrigida y Silvana Mangano. También en la lista se encontraban […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Irene Bullock Certamen de Miss Italia de 1947. Las candidatas que quedaron en los primeros puestos fueron: Lucia Bosé, Gina Lollobrigida y Silvana Mangano. También en la lista se encontraban […]
Certamen de Miss Italia de 1947. Las candidatas que quedaron en los primeros puestos fueron: Lucia Bosé, Gina Lollobrigida y Silvana Mangano. También en la lista se encontraban Gianna Maria Canale y Eleonora Rossi Drago (que fue descalificada por estar casada y ser madre). Todas ellas se convertirían en futuras actrices italianas. Bosé, Lollobrigida y Mangano reinaron en un star system femenino italiano que rivalizó con el de Hollywood durante los años cincuenta y sesenta, los años del milagro económico italiano. Mujeres con un físico explosivo, natural y exuberante. La mayoría de las maggiorate, así las nombraban popularmente, provenían de clases sociales humildes, jóvenes que vivieron la pobreza y dureza de la posguerra, y cuyo atractivo les abrió las puertas a la industria cinematográfica. Los certámenes de belleza eran el pistoletazo de salida.
Cuando Michelangelo Antonioni tenía en mente La señora sin camelias (La signora senza camelie, Italia, 1953), pensó en un principio en Gina Lollobrigida para que encarnase a su protagonista Clara Manni, una joven actriz a la deriva. Sin embargo, Gina rechazó el papel por sentirlo demasiado similar a su vida. Curiosamente tampoco se alejaba mucho de los principios de Lucia Bosé que fue finalmente la protagonista y que además ya había trabajado con Antonioni en el primer largometraje del director, Crónica de un amor (1950).
Lucia Bosé no solo participó y ganó el certamen de belleza donde quedó finalista Gina, sino que además también provenía de una familia humilde y fue dependienta (como el personaje de la película). Luchino Visconti descubrió a Lucia cuando un día entró a la pastelería donde ella trabajaba. Parece ser que él le dijo que terminaría trabajando en el cine. De hecho, Bosé no solo tuvo una larga amistad con Visconti, sino que también vivió una relación sentimental con su hermano, Edoardo, que se convirtió en una especie de Pigmalion.
La joven Lucia iba afianzando su carrera cinematográfica cuando fue llamada por Juan Antonio Bardem para protagonizar Muerte de un ciclista (1955). En España conoció al torero Luis Miguel Dominguín, que dejó a un lado sus amores con Ava Gardner (luego Ava y Lucia se convertirían en grandes amigas) y comenzó una relación con la actriz italiana. La pareja se casó al poco de conocerse y ella se retiró del cine hasta su divorcio diez años después. Si se recorre la vida de Lucía Bosé se comprueba que no son pocas las similitudes con Clara Manni, la heroína de La señora sin camelias.
Clara Manni, heroína trágica
Michelangelo Antonioni ya apunta en esta película, uno de sus primeros largometrajes, alguna de sus claves cinematográficas futuras, aporta su mirada especial además de utilizar los espacios arquitectónicos y los largos planos secuencia para narrar sus historias. Así el director construye un melodrama contenido sobre una mujer sin destino claro con la soledad y la insatisfacción como compañeras de viaje y con una hermosa reflexión del cine dentro del cine. Antonioni es el rey de los silencios y los tiempos muertos. En el centro de la historia, una mujer atrapada por su belleza, por los hombres que la rodean, por el vacío existencial y por el fracaso profesional y sentimental.
En La señora sin camelias están muy presentes las salas de cine, los actores, los extras, los directores, los productores, los guionistas, los técnicos, las personas de vestuario, las localizaciones, los rodajes y los estudios de Cinecittà. Tanto las primeras imágenes como las últimas envuelven la película en un tono melancólico y pesimista.
En la primera secuencia se ve a una mujer solitaria en una calle vacía que finalmente decide entrar en una sala de cine y allí contempla una enorme pantalla que devuelve la imagen en movimiento de una bellísima y deslumbrante cantante. Sale tan sigilosamente como ha entrado. Antes de que acabe la película que se está proyectando se levantan dos hombres, dos productores: Ercolino Borra (Gino Cervi) y Gianni Franchi (Andrea Checchi), que hablan sobre la chica de la pantalla, Clara Manni. Se dan cuenta de su potencial, comentan sus orígenes como dependienta y deciden que deben darle más protagonismo en la película que está rodando en esos momentos con ellos. Incluso ven necesario cambiar el guion. Mientras tienen esta conversación, salen de la sala de cine y se encuentran con los guionistas, que también estaban en la sala, y les van adelantando los cambios que hay que efectuar. Gianni deja a los demás y se acerca a un escaparate donde está la mujer que ha entrado en la sala. Esa mujer es Clara. El productor intenta que vayan juntos a cenar, pero ella declina la invitación. Como una Greta Garbo (que no olvidemos uno de sus papeles más populares fue el de Margarita Gautier), dice que necesita estar sola.
Al día siguiente, todos están en el plató. El título de la película cambia de Un hombre sin destino a Una mujer sin destino. Y es premonitorio para Clara. Ercolino es consciente de que la joven actriz puede convertirse en oro (y hace lo posible por conseguirlo, aunque tiene cualidades de hombre de cine de la vieja escuela: le apasionan la profesión y las dificultades; es fiel, a su manera, a los compañeros de profesión). Y Gianni está enamorado de su imagen, quiere a toda costa casarse con ella. Para él es una mujer-objeto, una posesión, y no para hasta conseguirla.
La secuencia que se quiere rodar es la de un beso, tratando de no exceder los límites de la censura, pero con toda la sensualidad posible. Clara muestra su sintonía con el actor principal, Lodi (Alain Cuny), un hombre que conoce bien el mundo en el que trabaja, y el único que al final será sincero con Clara. Los dos actores se colocan en una cama y recrean la escena de seducción. Y todos son testigos del ensayo. Cuando Clara termina, se pone su bata y va detrás del decorado donde se vislumbran las sombras de los focos; hasta allí la persigue Gianni, que la toma en sus brazos y la besa apasionadamente… como en una película. ¿Qué beso es más real? ¿Dónde está el límite de la realidad y la representación?
Estas dos primeras secuencias presentan el personaje de Clara y cómo a su alrededor se van creando cárceles de las que no podrá salir. No puede volver a su pasado, a su vida de dependienta, a casa de unos padres con necesidades, y además se ve obligada, por las continuas presiones de Gianni y por ayudar a su familia, a casarse sin amor… Además en la fama rápida y efímera solo encuentra vacío y soledad. Descubre que solo vale lo que dure su juventud y belleza. Sus intentos de encontrar la senda para ser una «actriz seria» la llevan de fracaso en fracaso, pues el camino no es fácil. Gianni construye su particular palacio de cristal para Clara, pero ese encierro no satisface a la joven. Con su insatisfacción profesional y su errático matrimonio a cuestas, Clara tratará de buscar el amor verdadero en un enigmático cónsul, Nardo Rusconi (Ivan Desny). Y descubrirá el egoísmo de este, que solo busca la aventura junto a ella, sin ataduras.
La evolución del personaje de Clara es desoladora, sobre todo cuando abre los ojos totalmente en la última secuencia que transcurre en Cinecittà, rodeada de un montón de extras que tratan de buscarse la vida para sobrevivir. Ella pasa entre ellos como si fuese una aparición efímera. Ellos parecen que están en un sitio irreal, fantasmal e invernal, lleno de ilusiones rotas. Antes, Clara ha tenido que escuchar la negativa de Gianni, del que se ha separado, que no va a darle un papel serio en su película, pues el papel principal es para una actriz americana. Entonces llega a sus oídos la frase demoledora de una de las extras, que canta su belleza, pero no su manera de actuar.
Nada tiene que ver la Clara que estaba de espaldas mirando un escaparate, al principio de la película, con la Clara, consciente de su realidad y soledad, en Cinecittà. La escena final donde se deja fotografiar por la prensa, junto a su nuevo equipo para una película de corte oriental y erótico, Las mil y una mujeres, muestra en primer plano el rostro de una mujer rota que tras la sonrisa para la foto, deja escapar unas lágrimas. Es una mujer sin destino, consciente de que es esclava de su belleza y de su imagen, y de que la soledad será su compañera fiel.
Más cine…
En La señora sin camelias, el cine está presente en cada fotograma y en muchas de sus imágenes. En los comentarios del público cuando salen de las salas, en las fotografías de artistas de Hollywood colgadas en las paredes o en los sets de rodaje. Gianni, que no quiere que su mujer actúe como maggiorata, se arruina para que Clara siga actuando en un papel que él considera serio y carente de erotismo: el de Juana de Arco. Hacen la película, y en el festival de Venecia es un auténtico fracaso. Una mujer que sale de la sala expresa su enfado, Clara le parece una osada porque ese papel ya lo había interpretado muy bien Ingrid Bergman y qué necesidad había de que ella volviese a representarlo. Ahí Clara es por primera vez consciente de sus limitaciones y se da cuenta de que ser actriz requiere algo más que un físico.
También en una conversación de Clara con una amiga sale a relucir Jean Simmons. En las paredes de las oficinas o de los cines están los rostros de Hedy Lamarr, Bette Davis o Katharine Hepburn.
Después de la boda, Clara y Gianni regresan del viaje de novios para rodar una secuencia de Una mujer sin destino en una casa de una familia burguesa. Hay muchos invitados curioseando y expectantes de ver un rodaje, pero sobre todo de encontrarse con Clara (allí conocerá a Nardo, el cónsul). Una joven que vive en la casa expresa que con esto del neorrealismo se rueda en cualquier parte. Como Clara llega tarde todos se dirigen a una muchacha que es la doble de la actriz, a la que tratan sin ninguna consideración, como si fuera inmune a los comentarios. La doble es una joven que sueña en abrirse camino, como Clara cuando era dependienta, y ante tanto desprecio e indiferencia, termina llorando sola en un sillón.
Hay otro momento en que Clara va a una sala de cine en los suburbios donde se proyecta su película, y llega como una aparición. Allí hay un grupo de niños sin muchos recursos que enseguida la reconocen como la que sale en el cine. Quieren tocarla, estar cerca de ella. Así se muestra la sala de cine como un mundo de ilusiones y sueños. Clara es una proyección de un sueño, de una vida bonita e inalcanzable.
Clara Manni es una señora sin camelias, con un futuro profesional incierto. Es una Margarita Gautier sin amor. Lodi, el actor, es el único que le pone los puntos sobre las íes en un monólogo que no tiene desperdicio: «Ha tenido éxito casi sin trabajar. Probablemente no es culpa suya. Ha tenido directores mediocres, guiones inadecuados, no ha aprendido nada. Usted nunca ha conocido la mejor parte del cine italiano. Usted es bella y no han hecho más que fotografiar su belleza. Igual usted no puede hacer más o, en cambio, descubre en la carrera de actriz el sentido de su vida». Lodi continua (sus palabras son duras, pero se las dice con sensibilidad y dulzura) y le cuenta lo difícil que es convertirse en una actriz seria, el largo recorrido que hay que hacer, los sacrificios y las desilusiones a las que hay que enfrentarse cada día. Le sigue explicando: «Hasta ahora el cine le ha dado una fama superficial. La ha metido en un mundo irreal y ahora siente que está vacío. Se puede decir que ni siquiera ha empezado a ser una actriz».
Pero, aunque Clara Manni no lo sepa, hay un futuro para ella. Un destino. Lodi lo dice, hay un camino de trabajo y tesón que merece la pena. Y muchas maggiorate fueron más allá de su belleza y se convirtieron en grandes actrices con carreras longevas. No hay más que investigar la filmografía del triunvirato del principio de este artículo: de Lucia Bosé, de Gina Lollobrigida o de Silvana Mangano, sin olvidarnos de otras grandes como Sofía Loren o Claudia Cardinale.
¡Ay, el cine italiano y yo no nos llevamos bien! Sin dudas con esto me estaré ganando el premio al comentario ignorante de la década pero excepto contados ejemplos, no he encontrado película italiana que me guste. Hay algo en la banda de sonido que me hace rechinar los dientes, ¿puede ser que estén dobladas?
Perdón… en otra ocasión te acompañaré con el entusiasmo.-
Un beso con culpa, Bet.-
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Mi buena amiga Bet, ¡hasta que encuentres la película italiana que te haga reconciliarte con su cine! Estoy segura de ello. Yo adoro esta cinematografía, que además continuo descubriendo día a día. Aprendí a amarla a través de Fellini, Visconti, De Sica y Rossellini, pero ellos solo son la punta del iceberg. Hay verdaderos tesoros.Y además la galería de actores y actrices con la que cuenta… Una gozada.
… a partir de ahora estaré en busca de la película italiana que capture a mi Bet.
Te lanzo una con un dúo de actores inolvidable: Macaroni (1985) de Ettore Scola. Y ellos son Marcello Mastroianni y Jack Lemmon.
Brindis de champán
Irene
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Intentaré dar con ella para darle una oportunidad al buen cine italiano… con Amigos Apasionados lograste que cambiara mi opinión sobre Ann Todd así que hay esperanza, jaja. La que me encanta desde que era niña, con Jack Lemmon y trasfondo italiano es Avanti!
Más besos, Bet.-
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