Alarma en la población: algo prepara una emboscada. Jorge Martínez (Avilés, 1955), incombustible líder de Ilegales, ha reunido a la banda tras un paréntesis de cinco años fuera de los escenarios. Después de publicar su décimo álbum de estudio, el notable La vida es fuego (2015, La Casa del Misterio), la formación no descansa y, mientras encara su minigira veraniega, promociona ahora el documental Mi vida entre las hormigas, repaso exhaustivo a la historia de Ilegales y acercamiento insólito a la figura de su líder, una de las personalidades más singulares y fascinantes del rock nacional. A su lanzamiento en cines lo acompaña una lujosa edición en DVD con bastantes caramelos para el fan (y que, desde luego, nada tienen de podrido): entre ellos, nuevas grabaciones, altamente imprevisibles, de rarezas como Un invasor en la capital o la casi inédita en directo África paga.

Dirigido por Juan Moya y Chema Veiga, la producción de Mi vida entre las hormigas –que ha contado con la ayuda, vía crowdfunding, de una legión de seguidores del grupo– ha durado más de dos años. No ha sido precisamente un periodo tranquilo: la reunión de Ilegales se vio súbitamente alterada en marzo del pasado año con el fallecimiento repentino de Jandro, su bajista desde los noventa. En un comunicado donde manifestaba el dolor por la inesperada pérdida, Jorge Martínez anunció que, “abatidos pero erguidos”, tanto él como sus compañeros tomaban la decisión de seguir con el proyecto reincorporando a sus filas a Willy Vijande, miembro de la banda entre 1984 y 1988. Recorrido por la fatalidad, el documental es un reflejo fidedigno de la naturaleza del grupo: turbulento, visceral y, por supuesto, con ese sentido del humor entre lo violento y lo macabro que siempre ha caracterizado a su inigualable frontman.

Puesto que los periódicos vuelven a llenarse estos días de sus siempre impactantes declaraciones, en REVISTA INSERTOS no nos hubiéramos perdonado desaprovechar la oportunidad de conocerle en persona y charlar largo y tendido con él. Compositor de verdaderas obras maestras como –haciendo un esfuerzo de síntesis– Regreso al sexo químicamente puro, Enamorados de Varsovia, La casa del misterio, Yo soy quien espía los juegos de los niños, La chica del club de golf, Tiempos nuevos, tiempos salvajes, Ángel exterminador, En el parque de invierno o Revuelta juvenil en Mongolia, Jorge Ilegal –el apodo que usa como nombre de guerra– nos recibe exultante, visiblemente contento con el resultado de la película e irradiando una energía impropia de un señor de 62 años con, por si fuera poco, ese historial tan intenso. Descubrir en plena escena del crimen que además mide dos metros no alivia tampoco la admiración reverencial que nos impone. Muy oportunamente, al inicio de nuestra entrevista localiza una hormiga en la alfombra, cuya vida decide respetar.

 

Con motivo del estreno de Mi vida entre las hormigas, Ilegales habéis sacado una canción homónima, donde repites varias veces «Me llaman raro». De algún modo, ¿te has sentido despreciado dentro del panorama musical español, o del relato de la Movida?

Uhm… No. Cuando llegamos a Madrid, directamente, Ilegales no sentíamos ningún respeto por aquellos grupos. Nos gustaban un par de ellos y el resto nos parecían infames. Les despreciábamos totalmente, queríamos estar excluidos. De hecho, algunos críticos afirman que Ilegales fue el grupo que acabó con la Movida. Empezamos a llenar locales que los grupos de la Movida no eran capaces de llenar y los llenábamos tres días seguidos, sin siquiera haber salido en la televisión. Y nos negábamos a salir en televisión porque nos parecía que aquel sonido no era rock, lo pasaban por un filtro que desvirtuaba completamente lo que estabas haciendo. Así que Juan y Chema [los directores] se las han visto y deseado para encontrar imágenes con las que alimentar el documental. Nos mantuvimos adrede ajenos a toda esa historia. Ilegales veníamos con una gran formación musical: cuando dejé la Facultad de Derecho, me dedicaba ocho horas diarias o más a adquirir conocimientos que nos permitieran manejar equipos de sonido. Teníamos nuestro propio equipo de sonido, con su mesa de mezclas, bafles y todo. Y aprendíamos los códigos de los cables. Una hora se dedicaba a oír jazz, otra a música psicodélica, otra a estudiar acordes, armonías, cosas con las guitarras y con otros instrumentos, cómo amplificar una batería… En fin, veníamos con una formación gracias a la cual pudimos abrirnos camino muy rápidamente. Retrasamos la irrupción en Madrid porque, además, teníamos una visión mucho más amplia que la de los críticos de la capital, que estaban adscritos a su tierra, como siervos. No tenían una visión general de lo que pasaba en España. Ilegales sí sabíamos lo que estaba pasando, nuestro trabajo era itinerante, tocábamos aquí y allá con otras bandas. Y, por supuesto, sabíamos cómo estaba el mapa.

¿Cómo estaba el mapa?

De la siguiente manera. En Madrid había lo que había, todo este rollo de la Movida, con tíos que eran ya muy mayores para llegar a ser buenos músicos. Y así ha ocurrido. Yo ya se lo señalé en su momento a todos esos que decían que eran la hostia. Eran unos raquíticos, gente que había superado los veinte años y tocaba como el culo. ¡Superados los veinte años ya no hay manera, eh! Mientras tanto, en el País Vasco se estaba gestando el Rock Radikal. En Galicia había muchos grupos punk que hacían muchos chistes rock, algunos muy ingeniosos, tenían su gracia. En Cataluña se estaba padeciendo ese rock layetano que lo infectaba todo, aparecían grupos de mod y de rockers… Dentro de la zona central, solo en León había movimiento. Quizá el primer grupo independiente fue uno que se llamaba Los Cardíacos, que habían hecho una grabación por su cuenta que anunciaban en revistas y vendían en casete. Levante era el desierto, música de pueblo para mariconas de fin de semana, un chunda-chunda infernal. ¡Las bandas eran horripilantes! Los rockeros estaban desesperados, me contaban cosas terribles y lo único que podían hacer cuando iban allí era drogarse. Y, finalmente, Andalucía estaba exhausta. El rock andaluz fue una gran contribución, lo que estaban haciendo no distaba tanto de lo que ya habían empezado a hacer King Crimson y otros grupos anglófonos que se habían instalado en las islas. Empezaron a concebir esa música con tintes claramente españoles, aunque viniera de los ingleses y los americanos, y eso desembocó en un rock andaluz que fue una verdadera invasión. Aparecieron muchos grupos, los más importantes fueron Triana. Luego estaba Medina Azahara [Simula una arcada]. Smash sí que era rock, aunque después se convirtiera en otra cosa. Estaban Alameda, Califato Independiente… ¡Cientos de grupos! Y en Madrid hay que decir que algunos grupos se hacían eco de ese movimiento, como era el caso de Azahar. Así que… bueno, nosotros teníamos una visión más amplia que la de los críticos. Para ellos solo existía lo que ellos podían ver, que era algo muy limitado.

¿Y a qué fenómeno dirías que os adscribías vosotros, o con cuál os sentíais más identificados?

Ilegales, probablemente, teníamos un contacto más directo con el punk y con la nueva ola londinense. Mi novia era inglesa y su hermana traía siempre un ligue distinto cada día, gente de la más puntera del punk de allí. Podías montarte jam sessions, tocabas con esta gente, veías a punks de verdad. Luego veías los que había en Madrid, que se vestían como de trabajos manuales, y era una cosa un poco ridícula. Te daban ganas de cagarte en su puta madre, ¿pero qué gilipollez era esa? Parecían salidos de un cómic. Toda aquella impostura, era todo como de mentira… Ni sabían tocar ni sabían vestir. ¿Qué sabían hacer entonces? ¿Jugar con su cosita?

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Jorge Ilegal: No le acaricies el pelo.

¿Es de eso de lo que va la canción Suena en los clubs un blues secreto?

¡Sí, exacto! [Ríe] Así es como Ilegales veíamos todo. Les despreciábamos de esa manera tan simpática. Y ellos tomaban dos actitudes. Por un lado, estaban los que te reconocían abiertamente “Joder, no tenemos ni puta idea”. Esos eran buena gente. Te pedían que les ayudases a poner la guitarra a punto o a afinar y se les echaba un cable sin problema. Así de sencillo. Luego estaban otros que, como eran más tímidos, iban de chulos. Porque en realidad era timidez. Una vez que conseguían un acercamiento, se apresuraban raudos a pedirte que les mirases la guitarra o el ampli. ¡Esa es la manera de aprender! Esa tenía que haber sido la actitud, yo siempre fui así y pregunté a todo el mundo. Lo que pasa es que los de generaciones anteriores, sobre todo la gente de los sesenta, eran una pandilla de pijos que te mandaban a tomar por el culo con cualquier cosa. Eran así. En aquella época, siendo yo niño, si tenías una guitarra eléctrica la gente te miraba como si fueses un marciano. Eso era España. Ahora vas y cualquier guitarra que venden en tiendas es perfectamente válida para salir a tocar. Pero cuando vivía en Vitoria, de pequeño, solo había una tienda donde pudieras ver desde el escaparate una guitarra eléctrica. Y en otra podías ver un bajo, parecido a ese que tenían los Beatles con forma de violín. ¡En una ciudad como Vitoria! Si querías tener cualquier otra guitarra, había que pedirla. Pagabas una señal y más tarde llegaba la guitarra. Si te gustaba, bien, y si no, pues la cosa se complicaba. Igual con los amplificadores. No había. En los ochenta todo se volvió más accesible y eso provocó un boom largo tiempo esperado. Somos la generación que hace que los años ochenta lleguen en 1979. Fíjate que los sesenta aquí no llegaron hasta el 64-65. Joder, ¡si no había coches de colores, me cago en la puta! Era muy gris todo.

En el momento de vuestra irrupción también predomina una música más pop, quizá más dulzona. ¿Cómo se vive, en aquel primer momento, un choque tan frontal entre aquella música y la vuestra?

Ilegales cambió todo. Alguno, que hoy es muy fan del grupo, decía que lo peor que le podía pasar al pop nacional era que bandas como Ilegales se abrieran paso de aquella manera, con tanta facilidad. Lo cierto es que era como quitarle un caramelo a un niño, no tenían ni puta idea [Risas]. Veníamos de una vida distinta. Yo procedía de la fricción entre varios nichos sociales, era un universitario que vivía por su cuenta, que venía de una familia de la nobleza arruinada, y me había mezclado con todo tipo de gente. Algunos de ellos, delincuentes de alta intensidad y otros, de más baja. Otros tantos eran artistas. Me juntaba con gente de todo tipo porque siempre es la mejor manera de enriquecerse personalmente, hay que entrar al barro y mancharse las manos. Es la única manera de conocer el mundo. En ese momento, la Facultad de Derecho era tremendamente violenta. El sitio donde yo vivía, en aquellos años setenta, fue también donde tuvo lugar la explosión de la heroína. Había pasado ya por el ejército, había visto muchas cosas y había visto todo ese mapa efervescente del que los señores críticos, enganchados a su emisora de corto alcance, no se habían dado cuenta. Eso contrastaba mucho con el resto de grupos. El hecho de tener una visión más amplia era lo que nos daba ventaja. Es como cuando chocan dos culturas, como cuando los conquistadores españoles llegaron a América. ¡No tenían un armamento como el nuestro, no lo conocían! [Carcajadas] ¡Estaba cantado lo que iba a pasar, no tenían manera de defenderse! Encima, por nuestra culpa, cogieron una de enfermedades que no veas. Aunque luego tuvimos nuestro castigo porque nos vinieron de rebote. ¡Una vez curados, las volvíamos a pillar! Las enfermedades infecciosas son la hostia, hay que ser extremadamente cuidadoso.

Gestionabais vuestra imagen de manera también muy llamativa. Por ejemplo, ese eslogan de “Ilegales, música peligrosa”.

En Madson también teníamos un lema muy bueno: “Madson, el rock que te destrozará los intestinos”. [Risas] Pegabas eso en la pared y la vasca flipaba. Y Madson es de la época en la que grupos como Tequila podían considerarse rock. Claro, llegó un momento en el que se produjo un concierto donde tocamos juntos Tequila y Madson. Madson movía a gente de rock, un público tendente a la violencia si las cosas no le gustaban. Así que llegaron los teloneros, La Banda del Triángulo, un grupo que intentaba parecerse a los Blues Brothers y que sonaron potentes, muy bien. Después Madson, en el medio. A mí me gusta siempre tocar en el medio porque es el mejor momento. ¡Nunca el último! Tocamos muy duro, dejamos todos los oídos silbando con esa sopa sónica que lográbamos. La gente solía salir de nuestros conciertos un poco mutilada, con un zumbido muy molesto. Y luego llegó Tequila… ¡Se pretendía que eso era rock! Todavía Ariel [Rot], que es muy amigo mío, y Alejo [Stivel] lo dicen, en fin. El público asistente no interpretó eso como rock, no reconoció así el concepto de Tequila. Y creo que a la tercera canción no llegaron. O puede que sí, que llegaran a la tercera. El tres es un número maldito, un número que induce a la violencia. Yo a veces, para evitar una pelea, me digo “Cuenta hasta diez” y cuando llego al número tres ya le he pegado una hostia al otro, no sé a qué puede deberse [Otra vez carcajadas].

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Junto a Juan Moya, uno de los directores del documental.

Inicialmente Mi vida entre las hormigas era, si no me equivoco, el nombre que tenías planeado para tu libro. ¿Sigues con planes editoriales?

Bueno, en la caja del documental que hemos publicado viene un fragmento. El fragmento tiene como hilo conductor lo más valioso que podía dar, por mi parte y por parte de Ilegales: el método para fabricar canciones. Es la fórmula para fabricarlas. Los sitios donde ir a buscarlas, algunos de ellos realmente peligrosos. Pero en los sitios más peligrosos es donde están las canciones más bellas y puras. Hay que ir a buscarlas allí. A mí no me ha dolido meterme, aunque sé que a otros autores les puede dar un poco de miedo. ¡Hay autores muy cagones! Para el fabricante de canciones es un manual que puede llegar a ser eficaz en según qué manos, sobre todo las de quienes sean más valientes.

Una cosa que me gusta del documental es que funciona como un disco de Ilegales: tiene sus momentos de rock duro y también su parte más intimista. Al hilo de esto, ¿qué te parece ese debate que se abre sobre el personaje de Jorge y la persona?

Los culpables son los directores. Ya nada más empezar salen varios poniéndome a parir. Cuando vi eso, lo primero que pensé fue: “Estos tíos son unos hijos de puta y habría que fusilarlos” [Ríe]. No es que Ilegales tenga esos dos lados, Ilegales es un producto de su época y la están reflejando como un espejo, sin ninguna censura, sin trampa ni cartón. La trampa de Ilegales es que no hay trampa. Y no comparto eso del personaje y la persona. Son el mismo. Uno puede estar en varias posturas, se puede estar sentado, estar tumbado, de pie… Puedes hacer varias cosas. Se nos tiene acostumbrados a esa simpleza del rockero plano que es como una ameba, pero a mí me es imposible estar así, qué quieres que le haga. Soy un tío inquieto, joder, y también cuanto más vivo más cambio. No hay impostura. Hombre, ¡es bien distinto cuando hago eso de los cuernos como si fuese Satanás, o cuando mongolizo un poco delante de la cámara! [Risas] Ahí sí.

¿Pero dirías que la música ha condicionado tu carácter?

Si no lo consiguió ni el Padre José Ángel, que daba clase cuando ingresé en el coro del que fui expulsado a bofetones, creo que todos estos años de rock tampoco. Ni siquiera tocando con orquestas. Una vez toqué en una orquesta y teníamos a una cantante… bueno, más bien ella nos tenía a nosotros, ¡era de lo peor! No sé cómo conseguía hacerlo, pero se introducía dentro de ropa tres tallas menor que la suya. Y el contacto con esta señora, que salía haciendo como un banderilllero y cantando cumbias y tal, tampoco consiguió modificar mi carácter. ¡No hubo manera! Era tremenda. En esa orquesta todo el mundo bebía, probablemente para olvidar esas tristes interpretaciones de chachachás y boleros que destrozábamos. Estaba con gente de mayor edad, pero, lejos de aplacarme, casi diría que aquella experiencia aumentó más mi ferocidad.

En otro momento del documental se compara a Ilegales con Trainspotting. ¿Corroboras esa afirmación?

Lo de Ilegales era más duro que lo que se ve en la peli de Trainspotting. Recuerdo imágenes que no se pueden narrar. Barbaridades que flipas. Era mucho más heavy que Trainspotting. ¿Estabas al borde de la muerte? Bueno, ¿y qué? ¡Que se joda esa hija de puta! A veces, sin darte cuenta, te sorprendías a ti mismo: “Coño, estoy entrando en coma, ¡me cago en su puta madre!”. Entrar en coma es algo curioso. El camino hacia la muerte es fácil. Lo jodido es volver de la muerte. Cuando vuelves de la muerte vas como a contrapelo, es bastante más difícil. Por eso creo que mucha gente se queda en medio. Pero a mí me encanta vivir, así que tiras, te jodes un poco, pasas un rato desagradable y punto.

Últimamente os han reivindicado grupos en principio muy alejados de vosotros; por ejemplo Los Punsetes, que versionaron Princesa equivocada, o Triángulo de Amor Bizarro. ¿Reconoces tu influencia?

¡Me encantó lo de Los Punsetes porque la destrozaron, tío! [Se parte de risa] Me cae muy bien esa gente. Y Triángulo de Amor Bizarro… Ahí no es tan disparatada la conexión. Hay una parte dura en Triángulo de Amor Bizarro. Además, yo tenía una máquina de afeitar que sonaba igual. Había una tía que se me quejaba del ruido que metía, ¡pero esa máquina era mucho mejor que la música que ella ponía, no me jodas! Estoy fascinado con aquella máquina de afeitar. Era una máquina que vendían de serie, pero le saqué las tripas porque las hacen para que se estropeen rapidísimo. Le saqué casi todo, la planté directa al motor y me funcionó de puta madre. Cuatro años me duró. ¡Y afeitaba pero a fondo! La que tengo ahora es una maricona, no afeita tanto.

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También has marcado a algunos de tus contemporáneos. En el libro Tremendo delirio [Kike Turrón y Kike Babas, 2002; Ed. Zona de Obras], Julián de Siniestro Total habla de una comida que tuvisteis a mediados de los ochenta, donde le dijiste algo así como “Hay que tocar bien porque luego llegan grupos como Danza Invisible y nos comen el terreno”. ¿A qué te referías con “grupos como Danza Invisible”?

¡Se lo dije, cierto! Es que no veas lo que ha mejorado Siniestro con el tiempo. Madre mía, cómo eran… ¡Ahora tocan muy bien! Antes eran de juzgado de guardia, mira que tocaban mal. La batería se agitaba como si estuviera en medio de un terremoto, una cosa increíble. Creo que lo que hacen ahora es muy digno. Si hubiesen seguido cómo iban, no sé lo que hubiese pasado. Sí, había que tocar bien, había que sonar de otra manera o por lo menos normalizarlo un poco, porque venían grupos que no tenían ningún interés y… A mí me cae muy bien Ojeda, de Danza Invisible, ¿eh? Tocaban bien. Tocaron con Ilegales y tuvieron problemas con el público, les pasó igual que a Tequila. Simplemente hay cosas que el público de Ilegales no tolera y lleva muy mal. En otros países, la gente es más expeditiva y se vuelve más violenta. De hecho, sé de grupos a los que el público intentó asesinar para quitárselos ya de en medio [Risas]. ¡Así, para abreviar un poco! Me parece un mal sistema, que conste. El asesinato está muy mal. No lo practiquen.

Hablando de asesinato: vuestra canción Europa ha muerto, de 1981, está ahora volviendo a sonar mucho e incluso siendo utilizada en titulares. ¿Os sentís profetas?

Después del Tratado de Maastrich era previsible, no tengo una bola mágica. Casi todas las canciones de Ilegales son premonitorias. Y tengo sueños premonitorios, que a veces son inquietantes. Pero eso sí se veía venir. Igual que las enfermedades. ¿Sabes? Ahora he escrito una canción que se titula El tatuaje invisible que habla de ese enemigo que todos llevamos dentro y un día nos devorará. Y se ha reproducido con cierta nitidez. Estas cosas… Me joden los profetas, pero soy uno de ellos, qué le vamos a hacer.

Para finalizar, quería preguntarte cómo ha sido para vosotros seguir con la gira y el documental tras un golpe tan duro como la muerte de Jandro.

Pues… Casi desde el primer momento decidimos continuar con la gira y con todo. Creo que la voz de cualquier compañero caído suena en la voz de otro Ilegal. Desde luego, hay una total falta de ingenuidad en Ilegales desde el primer día. Sabemos que vivir ha de costarnos la vida. Que vamos a morir lo sabíamos desde el primer momento. Y lo afrontamos. ¿Ha sido doloroso? El momento más doloroso. Es muy duro perder a tu padre o a tu madre, yo los he perdido y ha sido muy doloroso. Pero perder de repente a un compañero tan joven, con el que llevas 23 años… No estaba preparado para ello. Y los demás del grupo tampoco lo estaban. Ha sido duro, pero pienso que lo mejor es seguir dándole. El rock además canaliza muy bien ese tipo de emociones, al fin y al cabo viene del blues. Creo que ha sido un acierto seguir trabajando y no introducirnos en un período depresivo que luego es muy difícil remontar. Así están las cosas.



Fotos: Teresa Megía del Águila, a excepción de la foto de portada, extraida de Mi vida entre las hormigas.

Agradecimientos a Jorge Martínez, Juan Moya y los responsables de prensa, Alejandro Muñoz y Andrea Bellaba.

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