Álvaro Longoria (Santander, 1968) es uno de los nombres propios de la producción cinematográfica en España. Fundador de Morena Films, ha estado detrás de películas como Habitación en Roma (Julio Medem, 2010), el díptico Che (Steven Soderbergh, 2008) o los trabajos de Oliver Stone sobre Fidel Castro. En 2012, con el apoyo de Javier Bardem, se lanza a dirigir el largometraje Hijos de las nubes, la última colonia, sobre el conflicto saharaui, logrando el Goya al Mejor Documental.

Lejos de quedarse en simple anécdota, Longoria parece dispuesto a continuar con su carrera como documentalista y ahora firma The Propaganda Game, una espléndida película en la que trata de investigar el aura enigmática que envuelve a Corea del Norte y la manera en que se configura, a través de las habitualmente contradictorias informaciones que llegan a Occidente. No obstante, tras pasar diez días en la capital Pyongyang, el director y productor sigue sin tener demasiado clara la solución al misterio, e invita a los espectadores a adentrarse por sí mismos y sacar sus conclusiones.

Entre bromas con nuestra fotógrafa, a la que revela un truco de Carlos Saura para captar a las personas con naturalidad –no en vano, cita a Saura como “su maestro”, habiéndole producido en 2005 su película Iberia–, Álvaro Longoria recibe a INSERTOS en la sala del fondo de los Renoir Princesa (Madrid) para una entrevista conjunta con otro compañero de esta casa, Yago París, que acudía en representación del blog Cine Divergente.

Antes de ir a Corea del Norte, ¿leíste algo en especial para documentarte? ¿Por ejemplo, el cómic Pyongyang (2005; Ed. Astiberri), de Guy Delisle?

Pyongyang era lectura obligatoria en mi equipo: lo primero que hice fue darle una copia a todo el mundo porque es buenísimo, y además se acercaba bastante al tono que yo quería para el documental. Vi también algunos reportajes pero, como no quería ir predeterminado estéticamente por nada, sobre todo preferí leer libros, por ejemplo de algunos de los entrevistados en el documental. Hay uno de Barbara Demick, Querido Líder (2011; Ed. Turner), que es increíble, alucinante. Andrei Lankov también tiene uno que no recuerdo cómo se llama. Y luego algún otro de disidentes, como Evasión del Campo 14 (Blaine Harder, 2013; Ed. Kailas). Además de ello, muchos artículos de prensa: hice una búsqueda muy intensiva de noticias sobre Corea del Norte porque quería seleccionar las principales joyas. [Sonríe.] ¡Claramente gana la de que encontraron un unicornio!

Precisamente estaba pensando en esa. ¿Salió de verdad en la televisión  norcoreana o fue una invención de Fox News?

No lo sé, hay muchas veces que no se sabe lo que pasa. Por ejemplo, lo de que al tío de Kim Jong-un se lo comieron trescientos perros fue cosa de un bloguero chino. La última es esa del general que se quedó dormido en un desfile y dicen que le fusilaron con un misil antiaéreo. ¿Te lo crees? Yo no. Si te vas a cargar a alguien, pégale un tiro. ¿Para qué quieres meterle un cañonazo?

Teniendo en cuenta que el documental no da la imagen de Corea del Norte a la que estamos acostumbrados en Occidente, ¿has recibido algún tipo de presión?

Sí, sobre todo al principio. Y también ha habido dificultades a la hora de conseguir dinero. Recuerdo que cuando acabé de rodar, poco después de salir de Corea, me invitaron al festival de documentales Hot Docs, en Toronto, donde conté un poco el proyecto, y de repente recibí bastantes ataques por parte de medios de comunicación que me acusaban a mí de propaganda. Cuando yo lo que quería era, justamente, hablar de la propaganda. Recibí también presiones y advertencias del tipo “Cuidado con lo que haces” o “Cuidado con los norcoreanos, que te van a comer la cabeza”. Demasiado para mí, que no me dedico a esto. A un periodista de guerra le parecerá una broma.

Y en lo concerniente a la distribución, ¿podría haber miedo a proyectarla? Tenemos aquí reciente el caso de B (David Ilundain, 2015), con la que pocos exhibidores se han atrevido.

Además de obviamente el efecto Sony, a raíz de la película The Interview (Seth Rogen y Evan Goldberg, 2014), que ha complicado las cosas bastante y ha hecho que a muchos de los distribuidores americanos les dé miedo meterse en un tema así. Cuando a Sony le ha pasado lo que le ha pasado por hacer la película que hizo… Sí, sí que lo vivimos. Una vez ya pasado, una vez terminado el proyecto y una vez estrenado, al menos ha quedado claro que The Propaganda Game no es ni propaganda comunista ni un documental de Michael Moore que busque destruir a Corea del Norte. Así que ahora espero que vaya todo más fluido. 

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A la hora de hacer gestiones para realizar el documental, ¿puso facilidades el régimen, tuviste que costearte tú el viaje…?

Bueno, con las facilidades para entrar ya hubo suficiente. Una de las grandes negociaciones que tuve con Alejandro [Cao de Benós, único interlocutor occidental de Corea del Norte] fue en torno a las condiciones en las que podía entrar y qué era lo que podría hacer, porque a mí no me interesaba ir a ver cuatro monumentos y tres edificios, que es lo que enseñan a todos los periodistas. Los periodistas extranjeros son allí como un enemigo, les controlan, les colocan una especie de burbuja y no les dejan hablar con nadie. De hecho, si eres periodista tienes que llevar un cartel verde fosforito, o amarillo, no me acuerdo; de tal manera que todo el mundo se mantenga alejado de ti. Yo no quería eso, así que la negociación fue larga. Tampoco quería que controlasen el producto final, sino que yo tuviese libertad para contar lo que me diese la gana. Acabamos llegando a un acuerdo en el que me comprometía a no manipular las respuestas de los norcoreanos o de Alejandro, cosa que tampoco entraba en mis planes. Así que no hubo problema.

¿Se han manifestado sobre el documental?

Alejandro me dijo una cosa que me hizo mucha gracia, que había cosas en la película que no le gustaban nada, pero al menos era la primera vez que podía verse a un norcoreano comiendo helado. [Risas.] Y es verdad, no te imaginas a un norcoreano comiéndose un helado, eso no se ha visto nunca. También el embajador de Corea del Norte en Madrid, con quien me he ido comunicando, me dijo: “Mira, hay cosas aquí que son inaceptables, pero entiendo lo que has hecho y aparece nuestro punto de vista, que generalmente no podemos expresar”. Y eso es lo que buscábamos. No creo que la película se proyecte allí, pero no les he visto muy cabreados. Supongo que están acostumbrados a que les machaquen; y yo les he machacado, pero he dejado que se expliquen.

Alejandro debe estar contento con el resultado, porque está colaborando en la promoción.

Sí, y sobre todo por una cosa: he sido transparente siempre. Al principio fue difícil, pero yo dije lo que quería hacer y cómo lo quería hacer en todo momento y a todo el que se ponía por delante. No llevaba ninguna agenda oculta. Alejandro alega que muchos van, dicen que lo harán de una manera y luego lo hacen de otra, así que a veces se siente traicionado. Yo le dejé claro lo que quería hacer, que también iba a entrevistar a Amnistía Internacional, y que si no, no lo hacíamos. Sin problema. Fue complicado, pero finalmente dijeron que sí, y no he hecho ni más ni menos que eso.

Lo de que él se siente traicionado supongo que irá por los documentales de Jalís de la Serna (En tierra hostil: Corea del Norte, Antena 3, 2015) o Jon Sistiaga (Amarás al Líder sobre todas las cosas, Cuatro, 2007). ¿Los has visto?

Sí, son productos muy distintos al mío. Yo creo que ellos buscan algo más best-seller, buscan más el titular. Fuerzan las cosas mucho, tanto Jon como Jalís parecen sentir la obligación de llevar las cosas al extremo para que, por ejemplo, Alejandro pierda los papeles, lo cual consiguen en bastantes momentos. Es otro estilo, no es lo que yo quería hacer. Me parece respetable, eso sí. Y admiro mucho a Jon Sistiaga, creo que tiene un valor increíble y que es un periodista de verdad, de los que apenas quedan. Pero no, yo no he intentado llevarlo hacia el reportaje sensacionalista, sino más bien reflexionar sobre un tema que no es solo Corea del Norte, sino algo mucho más profundo, la propaganda. 

Me ha llamado mucho la atención el momento del documental en el que se ve la película Brave (Mark Andrews, Brenda Chapman y Steve Purcell, 2012) en el televisor de una casa.

¡A mí también! [Risas.]

¿Entonces es mentira que esté prohibido el cine extranjero?

A muchas de estas incógnitas no tengo respuesta, pero sí que es verdad que en Corea del Norte no se puede ver cine extranjero, está prohibido. Dicen que el cine americano es tan propagandístico como el de ellos: los americanos siempre lo hacen todo bien, la bandera sale quinientas veces, ¡y es verdad! Siempre son los buenos, siempre ganan. Pero, después de que te hayan contado eso, entrar en una casa y que estén poniendo Brave

¿Pero la estaban poniendo en la televisión norcoreana?

En la televisión seguro que no. Sería un DVD que tuvieran o… No sé, no lo entiendo. Si me llevas a una casa que responde al modelo de casa norcoreana, y que obviamente está preparada (es evidente que esa señora no tenía nada en la nevera), ¡¿por qué pones Brave?! No lo entiendo. Es que no lo podía creer. Como tantas otras cosas. 

¿Como la misa a la que te llevaron, por ejemplo? ¿Crees que eso fue un montaje realizado específicamente para el documental?

No, ellos tienen la iglesia ahí fija, y probablemente sí funcione todos los domingos. Aunque la iglesia es también muy rara. No sé si os habréis fijado: normalmente, las iglesias son edificios abiertos a todo el mundo, pero esta tenía una verja en la entrada gigantesca. De hecho, nosotros tuvimos que entrar por una rendijita muy pequeña. Yo creo –no lo sé a ciencia cierta, porque no tengo la verdad absoluta– que sí que hay libertad religiosa en Corea del Norte, si bien me parece que hay iglesias que están más destinadas a que parezca que hay libertad antes que a garantizarla. Porque ser cristiano allí es, según los disidentes, mala idea. No sé si la misa fue mentira, es tan complicado… ¿Por qué lo iban a montar así?

Tú mismo dices en el documental que los feligreses cantan demasiado bien, o que os llevó muchos días conseguir el permiso. Pensé que sugerías que era un montaje.

Ya, pero luego había gente allí que no era ni coreana, diplomáticos y tal, así que no sé… Es muy incomprensible. Porque si lo vas a montar, si todo es un decorado, ¿por qué al final no das la comunión? ¿Para qué te complicas? Hazlo. Si es todo mentira, hazlo mentira del todo, no dejes el resquicio de no dar la comunión para que yo te pregunte. Cualquier persona que haya ido a misa sabe que la misa acaba con la comunión. ¡Pero resulta que ese día no podía el cura, y el que oficiaba no lo era! Vamos a ver: un cura en Pyongyang lo único que tiene que hacer es dar misa los domingos en la iglesia de Pyongyang, ¡¿cómo que no puede venir?! Es que no tiene sentido. Yo creo que estas cosas al final hablan por sí mismas. No hay ni que analizarlo, con verlo ya lo sabes. 

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En Aim high in creation! (Anna Broinowski, 2013) se mostraba desde dentro la poderosísima industria del cine norcoreano. ¿Has tenido acceso a películas de allí?

Me impresionó mucho. Estuve en los estudios de Corea del Norte, vi los decorados y me los ofrecieron para rodar lo que quisiésemos. Unos estudios impresionantes: hay como cinco calles distintas, y cada una refleja un país, Japón, Estados Unidos… Obviamente producen películas propagandísticas, que luego ponen en televisión de forma constante. Películas de guerra donde los norcoreanos ganan a los americanos o a los japoneses. La pena es que, cuando yo estuve, no estaban rodando ninguna película. Ya es mala suerte, ruedan cuarenta películas al año pero “justo” ese día no están. Y no pudimos hablar con nadie, ningún director ni nada. Hace poco hicieron una coproducción con Inglaterra que se llamaba Comrade Kim goes flying (Kim Gwuang Hun, Nicholas Bonner y Anja Daelemans, 2012). Vosotros que sois así de cine underground, echadle un ojo. Es la primera coproducción norcoreana.

¿Y su cine es exclusivamente propagandístico?

¡Claro, claro! Además lo dice claramente Kim Jong-il en esa obra maestra de la literatura que es El arte del cine (1973; inédito en España), leedlo porque es genial. [Carcajadas.] Te dice cosas como que el decorado, el maquillaje y la película son muy importantes para una película, cosas que los demás no sabíamos. Ese libro te explica tanto… Es una guía de lo que se supone que tienes que hacer, explicado por el propio Kim Jong-il, porque, por supuesto, él sabe de todo. Para los norcoreanos es como la biblia del cine.

Se ha dicho que las películas favoritas de Kim Jong-il eran las de Rambo (1982–2008, Ted Kotcheff, George P. Cosmatos, Peter MacDonald y Sylvester Stallone).

Kim Jong-il era un loco de las películas de Hollywood, sí, eso dicen. Y, al parecer, su entierro fue una copia de una película de Clint Eastwood, no me acuerdo de cuál. Bueno, ¡y hasta secuestró a un director de Corea del Sur! [Se refiere a Shin Sang-ok, presuntamente secuestrado por los servicios secretos norcoreanos en 1978 junto a su ex-pareja Choi Eun-hee.]

Sí, para la película de Pulgasari (1985).

Pobre hombre. Pero sí que tienen razón cuando dicen que los americanos hacen propaganda, en sus películas siempre son los buenos. ¿Habéis visto Capitán Phillips (Paul Greengrass, 2013)?

¿La de Tom Hanks?

Esa película es alucinante. Los secuestradores son malvadísimos, y los americanos la caballería. ¡Si los piratas somalíes no serían más que unos pobres desgraciados!

Hay otra escena del documental en la que dices que los guías están continuamente pegados a ti. ¿Tuviste alguna libertad de movimiento? ¿Al menos dormías solo?

Dormía solo, pero la sensación de que me estaban vigilando era continua. Hay una cosa que no pude grabar desgraciadamente, que es cuando me voy a ver al embajador alemán en Pyongyang, representante de la Unión Europea allí. Tras mucho revuelo, me dejan entrar, me meten en una caja fuerte con una mesa de reuniones en el centro y me dicen: “Este es el único sitio en Pyongyang en el que no te están escuchando”. Yo no me lo creo, si están en todos lados seguro que allí también. Y algo muy frustrante que pasaba en el hotel era que no podíamos rodar desde ninguna ventana, tal era el modo en que estaban hechas. Está todo muy controlado, no puedes salir a la calle sin guía, las gestiones son siempre complicadísimas. Por ejemplo, llamar por teléfono. Me decían que de siete y media a ocho, en la última planta del hotel, podía llamar por teléfono a Europa, pero a esa hora siempre me tenían en otro sitio. Tardé como cuatro días en poder hacer una llamada. Y estás constantemente siendo observado: si veis la película por segunda vez, fijaos en que, aparte de mí, Alejandro y un guía, siempre hay otro que está por ahí rondando, casualmente. Es bastante común en Corea esa figura de “El que escucha al que escucha”. Me recuerda a La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmack, 2006).

Otra cosa que me sorprende aquí es que los norcoreanos no parecen mostrar ese odio estereotípico hacia el sur.

Ten en cuenta que el coreano del sur es su hermano. Es tal cual así, las familias se han quedado partidas por esa línea, uno a un lado, otro al otro. Les acusan quizá de traidores, de haberse dejado dominar por un poder extranjero como es Estados Unidos, pero no les atacan a ellos, atacan a los americanos como colonizadores. Es la misma gente, ¡hasta hace no tanto eran el mismo país! Ha habido momentos en los que la reunificación ha estado muy avanzada, ha existido la posibilidad real de una reunificación. Lo que querría Corea del Norte es que los americanos les reconociesen de alguna manera y poder negociar con ellos directamente, quizá abrir la frontera… Porque en el sur está abierta, que eso se cuenta poco. Hay una zona de libre comercio, donde empresas surcoreanas contratan a norcoreanos para trabajar y les pagan veinte dólares al mes. Les sale mucho más barato. Claro, es la sinergia posible: tú en Corea del Sur tienes empresas que requieren costes bajos, y yo tengo trabajadores en el norte que no hacen nada. Pienso que todos, en el fondo, desean la reunificación. La cuestión es, ¿bajo qué sistema?

A los de alrededor no parece interesarles, ¿no?

No, a nivel geoestratégico a nadie le interesa, porque si pierdes a Corea del Norte ya no tienes enemigo fácil. Tienes al enemigo difícil, que es China. Éstos en el fondo son un enemigo muy conveniente, no un enemigo de verdad. ¿Acaso los americanos pueden tener miedo a un misil balístico hecho con tecnología de los años cincuenta, que les llegará como mucho a Alaska? ¿O a una bomba atómica norcorena? Ellos mismos, cuando hablan de esto, admiten que si tuviesen que lanzar una bomba atómica lo que harían sería irse a Japón y tirarla en una mochila, porque es lo más fácil. Me enseñaron el destacamento atómico y sí, se supone que funcionaría como una bomba atómica pequeñita, de estas portátiles. A los americanos les viene muy bien Corea del Norte, y no es algo que esté mal, en este caso no soy muy crítico con ellos. Son consecuentes. Todos son consecuentes. Los comunistas norcoreanos hacen lo que dicen que van a hacer, los americanos hacen lo que quieren hacer (que es estar en Corea del Sur, enfrentarse a los comunistas y de paso molestar a los chinos) y los chinos hacen lo que hacen siempre, mantenerse indiferentes y hacer lo que les da la gana.

Que Corea del Norte se haya acabado convirtiendo en un icono pop, con todo el humor que lo rodea (la película de The Interview, la cuenta de Twitter de @norcoreano…), ¿crees que beneficia a la visibilidad de las injusticias del régimen o, por el contrario, perjudica y crea una visión de ellos con todavía más prejuicios?

Creo que más bien la segunda. Al final, cuando se habla de Corea del Norte, se habla del corte de pelo, de que han matado a uno o a otro… El caso de Jang Song-thaek [tío de Kim Jong-un y vicepresidente de Corea del Norte hasta su cese y condena a muerte] es el más representativo. Cuando un presidente que acaba de llegar se carga al vicepresidente, algo gordo debe estar pasando. Sin embargo, los medios de comunicación extranjeros se ponen a discutir si se lo han comido unos perros, no hablan de lo que está pasando de verdad. ¿Por qué mata este hombre a su tío? Eso he intentado contarlo en la película. Pasa un poco también con los derechos humanos. Este tema es un poco relativo. No me cabe duda de que, tal como dicen en Amnistía y en la ONU, hay vulneraciones gordas de los derechos humanos allí, pero es que en otros sitios del mundo son incluso peores y eso no se cuenta. Parece que los más malos del mundo son los coreanos del norte. ¿Qué pasa en África? ¿O en China, donde hay 5.000 ejecuciones al año? Nadie habla de eso, nadie quiere tocar los huevos a los chinos. Y creo que la simplificación y la caricaturización de las noticias no ayuda a una resolución del conflicto, porque no debemos olvidar que esto es una guerra que sigue viva. La paz nunca se firmó. Si consiguieran desmontar eso un poco y dedicar el dinero a que la gente viva mejor, en vez de fabricar armas (tanto por los del norte como por los del sur), todos ganarían, ¿no? También está el asunto de los 200.000 presos de conciencia que hay en el norte. ¿Por qué no hacen lo que hizo Fidel Castro? Coges a todos y los largas. Abres la frontera y que se vayan al sur. Pero, primero, los del sur no quieren eso. Y segundo, lo mismo se les queda vacío el país. Oye, ¿de qué medio sois, que os veo muy revolucionarios? Podríais entrar en la Korean Friendship Association que tiene Alejandro… 

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(Fotografías: María Sofía Mur

Agradecimientos a Álvaro Longoria y Betta Pictures. 


La proyección en los Renoir Princesa (Madrid) de The Propaganda Game el viernes 30 de octubre a las 22,00 h. contará con la presencia del director Álvaro Longoria y de Alejandro Cao de Benós.

El sábado 31 también estarán en Barcelona, en los pases de las 20,00 h. en Cinemes Girona y de las 22,30 h. en Yelmo Icaria.

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