Poesía prosaica
En 2011, Asier Altuna estrenaba en el Festival de San Sebastián su primera película en solitario, Bertsolari, un documental donde exploraba el arte de los así denominados poetas vascos, basado en la improvisación casi instantánea (con unos segundos de rigor) de unos versos en torno a un tema determinado ajustándose a reglas de métrica y rima. También, en su tramo final, funcionaba como crónica del traspaso generacional –y, con ello, perpetuación– de la tradición, con el máximo vencedor del Campeonato Nacional de Bertsolaris, Andoni Egaña, cediendo el testigo (la txapela) a la joven Maialen Lujanbio. Un trabajo sin duda interesante, pero dañado por una parafernalia excesiva: Altuna trató de corresponder las evocaciones de los poetas mediante subrayados visuales que, pese a estar justificados por un propósito loable, vulgarizaban la propuesta, a la manera de un hipotético videoclip que mostrara literalmente lo que dice la letra de una canción. Pese a tratarse de un trabajo de ficción, su nueva película, Amama, tiene rasgos muy similares en cuerpo y en esencia.
Tras Loreak (Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, 2014), Amama ha sido el segundo largometraje en competir por la Concha de Oro estando rodado íntegramente en euskera. Un gesto importante desde el Festival no solo por esta razón: como Bertsolari, Amama también tiene que ver con la pervivencia de la cultura e identidad del pueblo vasco, en este caso a través del conflicto que se generará en el seno de una familia cuando ninguno de los hijos quiera hacerse cargo del caserío que les ha pertenecido por generaciones. Nuevamente, la manera que escoge Altuna para narrarlo es valiente, lírica, pero por desgracia se acaba imponiendo el trazo grueso. Es plausible que un director rehuya el camino fácil y se siente a pensar en una manera cinematográfica de reflejar la situación de sus personajes, pero sorprende para mal que en ese empeño elija imágenes tan evidentes como, por ejemplo, el hijo designado por su abuela para heredar el caserío soñando, exactamente, que está atado con una cuerda al caserío y su abuela tira de ella. En otros momentos, sin embargo, parece que lo que realmente sucede es que Altuna no confía en su poética: tiene varios ingenios nada desdeñables, pero, quizá por miedo a que no se entiendan, siempre alguien se acaba apresurando a entrar en campo y verbalizar lo que significan.
Las buenas intenciones se adivinan fácilmente, y es el innegable cariño con el que el director trata cada elemento que puebla Amama lo que sostiene finalmente la película. Su tono es lo que más desconcierta y fascina: la mirada de Altuna hacia ese mundo, siempre en penumbra, es romántica porque sabe que está terminando, pero a veces lidia con lo siniestro, desde lo opresivo del argumento hasta esa abuela chamánica. Una trama de fácil acceso pero demasiado pegada a lo arquetípico y algún que otro recurso de baratillo ponen el contrapunto, si bien la película todavía se permite un epílogo más que digno a cuenta de un hermoso trabajo que (dentro de la diégesis) realiza la hija artista. Lo que vuelve a despertar la incertidumbre sobre las capacidades de su responsable y la posibilidad de que, en el fondo, Amama lleve enterrada una estupenda película y un sensible autor bajo hojas y hojas de texto explícito. ¿Habría sido mejor si la hubiera dirigido ese personaje?
Dirección y guion: Asier Altuna
Intérpretes: Iraia Elías, Kandido Uranga, Klara Badiola, Amparo Badiola, Ander Lipus, Manu Uranga, Nagore Aramburu
Género: drama. 2015, España
Duración: 103 minutos