Julia llega al bosque

Santiago Alonso 


En el arranque de esta formidable adaptación del clásico de August Strindberg que ha llevado a cabo Liv Ullmann, una niña mira las fotos de su madre ausente y deambula por una solitaria mansión hasta acercarse a un ventanal del salón. Contempla el sueño de libertad que representa lo que hay fuera y, a continuación, cruza al otro lado. Sale, se aleja, entra en el bosque, pasea entre sus frondosos árboles y se sienta a orillas del río. Allí se da cuenta de que delante se alza un barrera. No puede franquear el bosque y no tiene más remedio que volver. Pasa de nuevo por el mismo ventanal y la ilusión de la fuga termina. Pertenecerá a la casa para siempre; será quién le ha tocado ser. La niña se llama, por su puesto, Julia.

Desde esta poderosa secuencia —una elaboración del motivo visual de la mujer en la ventana, uniendo en uno solo los significados de la esperanza proyectada hacia fuera y la trágica prisión interior—, se da desde el inicio la perfecta medida del modo personal con el cual Ullmann se ha planteado traer al año 2014 una obra tantas veces representada y con varias versiones para la gran pantalla, como la más reciente de Mike Figgis en 1999. Con este prólogo, uno de los pocos elementos que no figuran en el texto original, consigue de manera inteligente y hermosa el único vértice temático que chirría hoy día, ese determinismo muy al estilo siglo XIX que hacía de la pieza de Strinberg la que se consideró la primera tragedia naturalista. Y también modifica el paradigma de Julia como contraste de los personajes de mujer fuerte tan en boga por aquel entonces: recuérdese que, en ese MISSJULIE_HELENSLOAN_DSC8050.nefsentido, se considera al sueco como un autor con una visión contrapuesta del universo femenino a la que tiene Ibsen. Aquí, sin embargo, Julia será una mujer fatal que vive desde pequeña una existencia de incomunicación, que se ve inmersa en la melancolía y la inapetencia por la vida.

La búsqueda de la identidad por parte de unos protagonistas descontentos con el lugar que ocupan en el mundo y la lucha por el poder, entremezclada esta a su vez con la lucha sexual entre mujeres y hombres, siguen constituyendo los dos temas que vertebran los acontecimientos dramáticos de La señorita Julia. La acción se ha trasladado a la Irlanda de la misma época, pero no varía el conflicto de orden social ni tampoco el pulso entre dominación-sumisión, a la que se añade, eso sí, un par de momentos que disfrutará el sector fetichista de la platea.

Ahí siguen la cocina (aunque se hagan incursiones a otros escenarios), la fatídica noche de San Juan y el pájaro que la señorita quiere llevarse. Siguen Julia (Jessica Chastain), ejerciendo una atracción prohibida; sigue el lacayo, tan incapaz de volar desde que Strindberg lo creara (Colin Farrell); y entre ambos, la criada (Samantha Morthon), transformado su papel en auténtico tercer protagonista. Todos los aplausos merecen los tres intérpretes.

Es este el cuarto largometraje de Ullmann en la  faceta de realizadora y su primera adaptación de un texto dramático para la pantalla. Según ha declarado, le hubiera gustado interpretar a Julia sobre los escenarios cuando era joven. Ahora se pone al frente del montaje cinematográfico sabiendo resaltar todo lo que tiene de actual la obra dramática y demostrando lo estimulante que puede llegar a resultar el cine impuro, tan válido como cualquier otra modulación posible. ¿Teatro? ¿Cine? Da igual. ¿Por qué no ambas cosas? Gran teatro y estupendo cine. Y si de complementar formas artísticas se trata, la directora añade una disciplina más, con el homenaje al lienzo más célebre del prerrafaelita John Everett Millais. Julia, hazte naturaleza, “allá donde en el río crece un sauce recostado…”


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LA SEÑORITA JULIA

Dirección y adaptación: Liv Ullmann.

Intérpretes: Jessica Chastain, Colin Farrell, Samantha Morton.

Género: drama. Noruega, Irlanda, Reino Unido.

Duración: 133 minutos.

 


 

 

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