Es indudable que, en los últimos años, España no marca tendencia en cine fuera de nuestras fronteras. Pese a que estamos presentes en casi todos los festivales de alto postín, la mayoría de nuestros artistas son prácticamente ignorados por la crítica y vuelven de la misma manera que se marcharon, sin nada. Quizá suene a queja, pero como ocurre, por ejemplo, con la economía, la tendencia cinéfila también es cíclica. Atrás quedaron los tiempos en los que una histérica Penélope Cruz gritaba el nombre del ganador a la Mejor Película Extranjera en plena gala de los Oscars. Ese empujón le valió a Almodóvar grandes reconocimientos y sembró, de golpe, una merecida confianza en la industria española, que cosechó diversos éxitos en la supuesta tierra de las oportunidades. Dicen que no hay nada como caer, para volver a levantarse con más fuerza.

A la sombra de estos espejismos, de los trajes pomposos, las joyas y los esmóquines, se encuentra el cine no narrativo, que también cuenta con sus pequeñas ceremonias, como es el ya consolidado Festival de Cine Experimental de Madrid, entre otros. Esta vertiente parece seguir estando en forma y es que sólo hay que ver el último trabajo de Lois Patiño con su Costa da morte, una cinta que muestra la belleza que posee esta mágica zona gallega que siempre se ha visto envuelta en trágicos accidentes de barco y en leyendas. Presentado como un documental, la crítica internacional se ha hecho eco del excelente trabajo de este artista, pero en contadas ocasiones se ha explicado que también es un largometraje experimental, quizá para ahorrar el “pánico” de un espectador que no entiende o que se deja guiar por la malévola fama que este tipo de cine lleva arrastrando durante décadas.

Costa_da_Morte_Cartel_AFT (742x1024)Por desgracia, este género (si es que se puede calificar de esta manera) trae consigo una maldición a la que se vio suscrita Patiño, como tantos otros. El pasado 26 de septiembre tuvo lugar el tan esperado estreno de esta producción. No obstante, y pese a que consiguiera ver la luz teniendo en cuenta cómo está el mundo de la distribución hoy en día, se vio relegado a un único lugar de exhibición en la capital: La Cineteca. Ocho ciudades más también dieron la oportunidad de saborearlo, pero, por desgracia, eso fue todo.

Así es el mundo experimental y quien se dedica a ello, sabe perfectamente que de esto no se come. No hay interés ni público y es por eso que el mundo no narrativo se merece una mayor ovación. No es el lado oscuro del séptimo arte, al contrario, es la parte que investiga, que utiliza la imaginación para sacar un mayor partido a las herramientas que tenemos, es la que sirve de inspiración a otros o, incluso, promueve ese “otro tipo de arte” en algunos casos. Sin embargo, esto no es llamativo ni para un espectador ni para un futuro cineasta.

No olvidemos que algunos de los grandes directores hollywoodienses se lanzaron a este mundo gracias a trabajos de esta naturaleza. David Lynch dio sus primeros pasos a través del surrealismo con Six figures getting sick en 1966 o Gaspar Noé, quien suele desintoxicarse de su autoría a través de títulos más profundos y personales como su psicodélico Enter the void. Se podría citar cientos de casos, pero, a pesar de ello, la condena del cine experimental seguiría siendo la misma: permanecer a la sombra de las grandes estrellas.

 

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