Los niños perdidos

Mar Nolasco


La secuencia de arranque de Cambio de reinas es una prometedora declaración de intenciones. Partimos de los ojos de un niño, el futuro rey Luis XV, para ampliar nuestra visión y centrar el protagonismo más allá, en otros personajes a los que habitualmente no se les concede ese privilegio en ambientes palaciegos. En la adaptación de la novela de Chantal Thomas, el director francés Marc Dugain pinta un paisaje donde destacan los sucesos íntimos sobre los históricos, poniendo de relieve las vidas privadas de cuatro niños que son víctimas de las estrategias políticas de terceros. Los juegos de poder y las consecuencias de doce años de guerra entre Francia y España propician dos alianzas matrimoniales, la de Luis XV de Francia con la princesa española Mariana Victoria de Borbón y la de Luis I de España con la princesa francesa Luisa Isabel de Orleáns.

Los cuatro protagonistas de estas alianzas no son más que niños perdidos que, como en la obra de J. M. Barrie, son huérfanos o han sido abandonados por sus padres y, en todo caso, se ven desprovistos del cariño familiar del que dependen. A pesar de ello, estos niños perdidos asumen el peso de la responsabilidad de los papeles que les ha tocado desempeñar y lo hacen con suficiente dignidad y nobleza. Es cierto que, en su novela, Thomas concede a los menores unas cualidades y una precocidad de las que difícilmente estarían dotados a esa corta edad; pero, en la película, todo ello resulta absolutamente plausible a través de sus miradas. En especial la desvalida y llena de temor de Luis XV, encarnado por Igor Van Dessel, y, sobre todo, la clara e inteligente de la infanta Mariana Victoria, interpretada por Juliane Lepoureau. Es en estas miradas donde se observa con mayor precisión el impacto que ha causado en sus vidas la omnipresente muerte, durante una época en la que las epidemias, de peste y viruela, campaban a sus anchas acabando con la vida de pobres y ricos. El temor a la muerte y su correspondiente vacío emocional están tan presentes en la narración que tienen una entidad propia. La fugacidad de la vida terrenal explica también la importancia de la religión en una España llena de «beatos infames» que llevará a su rey, Felipe V, a una especie de locura mística de la que Lambert Wilson da buena muestra en la sobresaliente escena de la abdicación en su hijo Luis I.

Lo mejor que ofrece este drama histórico es el testimonio de una infancia confrontada con el poder, la soledad y la muerte. Muestra de ello es el conmovedor relato que se construye la infanta Mariana Victoria, a través de autoengaños, sobre el amor verdadero que siente hacia ella Felipe XV, para poder dar algo de lógica a su situación de aislamiento en Francia. En este sentido, es interesante el cambio que se ha introducido en el póster español al incluir una pieza de ajedrez en del título de la película, porque los protagonistas de la historia son inocentes peones, meros instrumentos que tienen restringida su utilidad a lo que se espera de ellos: asegurar su descendencia y perpetuar la dinastía. Aunque, como de costumbre, el caso de las princesas es aún más cruel, pues somos testigos del comercio despiadado con el destino de dos niñas, de cuatro y doce años, que no tienen el más mínimo control sobre sus vidas y que resultan las últimas rehenes de guerras pasadas.



 

CAMBIO DE REINAS

Dirección: Marc Dugain.

Intérpretes: Lambert Wilson, Anamaria Vartolomei, Olivier Gorumet, Juliena Lepoureau, Igor Van Desel.

Género: drama histórico. Francia, 2017.

Duración: 90 minutos.

 


 

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